martes, 21 de diciembre de 2010

Por qué quiero ayudar a nuestros periodistas en exilio...

...Porque soy periodista, como ellos, y la suya podría ser un día mi historia o la tuya.
...Porque a ellos un día, sin pedirlo ni quererlo, les cambiaron la vida a palos y les sembraron el miedo en sus cinco sentidos, en su pluma y en su lente.
...Porque ellos son la historia comprimida de muchos de nosotros: periodistas solos, despojados de seguridad y dignidad por la violencia y el crimen, abandonados y desterrados por sus empresas, bichos raros en redacciones donde ya no pueden ser los mismos.
...Porque admiro su valor para abandonarlo todo y dejar atrás el miedo allí donde lo conocieron.
...Porque van tras una oportunidad de vida para ellos y sus familias.
...Porque merecen esa oportunidad como cualquiera.
...Porque son mis compañeros.
...Porque nos necesitan.
...Porque ellos cuentan con nosotros.

Red de Periodistas de a Pie
convoca a 
La Colecta Navideña para Apoyar a Nuestros Colegas en Exilio


Invitamos a todos los periodistas y ciudadanos a participar en una colecta de solidaridad con Alejandro Hernández Pacheco (camarógrafo de Televisa-Laguna, en Coahuila), Emilio Gutiérrez Soto (corresponsal de El Diario, en Ascensión, Chihuahua) y Ricardo Chávez Aldana (conductor de un noticiero en Radio Cañón, en Ciudad Juárez, Chihuahua), y a sus familias, quienes huyeron del país por las amenazas en su contra y la falta de garantías para su seguridad y su trabajo, y ahora esperan el prolongado veredicto de asilo político en Estados Unidos.
El juicio dura un año y durante ese tiempo no pueden tener un empleo formal. Se han visto obligados a hacer todo tipo de ‘chambas’ para mantenerse. Están solos, sin dinero, en un país extranjero y necesitan mucho apoyo.
Son siete periodistas mexicanos que han salido del país por amenazas –todos del norte del país– y buscan cobijo en Estados Unidos o Canadá. Dos de ellos, Horacio Nájera (corresponsal de Reforma en Ciudad Juárez) y Jorge Luis Aguirre (director de lapolaka.com) recibieron este año el asilo, y no hemos podido entrar en contacto con dos fotógrafos de Juárez recién exiliados. Pero a todos ellos enviamos también nuestra solidaridad.


Quienes deseen participar en la colecta navideña por nuestros compañeros Alejandro, Emilio y Ricardo actualmente en el exilio depositen:
Scotia Bank a nombre de Red de Periodistas Sociales
Cuenta 9379231
CLABE INTERBANCARIA: 044180001093792310

Los donativos deben realizarse a más tarde el 29 de diciembre de 2010*



Las siguiente líneas fueron escritas por los colegas, a quienes hoy queremos apoyar y que necesitan de toda nuestra solidaridad:


Alejandro Hernández Pacheco (Televisa-Laguna). Se llevó al exilio a su esposa y dos hijos, de 12 y 5 años, uno de los cuales es autista.“Como deben acordarse, dos compañeros y yo fuimos secuestrados hace cuatro meses en la ciudad de Gómez Palacio, Durango, cuando cubrían la noticia de los reos que salían por las noches del Cereso. Nuestros captores nos golpearon en la cabeza, piernas y rodillas para que no escapáramos, nos torturaron psicológicamente y después nos liberaron. Decidí huir con mi familia y pedir refugio en este país porque el gobierno nos exhibió como trofeo de caza en una rueda de prensa y recibimos llamadas de amenaza en nuestra casa por haber contradicho a (el secretario Genaro) García Luna de que la Policía Federal no nos liberó, además de que mintió al decir que nos protegerían. Con Televisa hasta el día de hoy no he tenido contacto, no sé qué pasó.
Acá tenemos prohibido trabajar hasta que nuestro caso se resuelva, así que Emilio, Ricardo y yo hacemos ‘chambas’ a lo que no estamos acostumbrados, pero eso no es lo malo, lo malo es que no encontramos todos los días. Vivo con mi esposa y mis dos hijos, de arrimado. Dejamos todo, llegamos prácticamente sin nada, sin ropa, sin dinero. La situación acá es muy difícil porque mi hijo necesita medicamento, se me está agotando, pero yo no quería exponer a mi familia allá en México. El apoyo que logren reunir es valiosísimo porque es de corazón”.
Emilio Gutiérrez Soto (El Diario, en Ascensión, Chihuahua) Vive con su hijo. “Huí con mi hijo por el inminente asesinato planeado en mi contra por parte del Ejército. Cruzamos a Estados Unidos para salvar nuestra vida. Estuve detenido siete meses y medio en una prisión para inmigrantes ilegales en El Paso, y El Diario, la empresa para la que trabajé 12 años, me desatendió por completo y ni siquiera recibieron los muchos recados que les llevó mi abogado. Casi un año después me contrataron tres meses, en una evidente señal de “cubrir apariencias” de solidaridad.
El 21 de enero próximo estaremos en nuestra cita final del proceso de solicitud de Asilo Político. Mi hijo y yo tenemos confianza de una decisión favorable ya que hemos presentado un montón de pruebas por los delitos cometidos en nuestra contra por parte del Ejército Mexicano, las quejas sin respuesta y tendenciosas de la CNDH, y ya no hay alternativas de retorno.
Vivimos de milagro: vendí la casa que teníamos en Ascensión, Chihuahua, y con ese dinero hemos sobrevivido los últimos 8 meses. Pero ya se acabó. Ha sido un proceso más que doloroso. De corazón, mi hijo y yo, les agradecemos lo que puedan hacer por nosotros. Sus oraciones son un aliciente que nos ha dado fortaleza”.
Ricardo Chávez Aldana (Radio Cañón, Ciudad Juárez) “La situación de nosotros es difícil: no podemos trabajar debido a que Inmigración nos revisa constantemente y no permite que rompamos las reglas. Mi problema empezó hace dos años cuando era locutor de la radio por mis críticas constantes en contra del Operativo Conjunto Chihuahua y el crimen organizado me empezaron a amenazar diciéndome que me callara. No hice caso. Entonces quisieron quemarme mi vehículo, a los dos meses asesinaron a dos sobrinos míos en una fiesta ante nuestros propios ojos. En ese momento mi esposa, mi hermana y mis cinco hijos fuimos al Puente Internacional de las Americas a solicitar asilo político, nos retuvieron toda la noche. Esa es la situación. Les agradezco el apoyo a mis compañeros y a mí por su ayuda”.
Las personas que quieran entrar en contacto con Alejandro, Emilio y Ricardo pueden hacerlo a través del correo del despacho de su abogado Carlos Spector al mail: sandraspector@yahoo.com

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Chismes diplomáticos antes de la era Wikileaks

El escándalo de las filtraciones de Wikileaks me ha sorprendido en medio de una feroz infección de garganta que me ha mantenido lejos de este blog. No obstante, lo primero que me vino a la cabeza al conocer los "documentos" de la política exterior de Estados Unidos fue la nota que hace casi 10 años publiqué en el diario La Jornada, durante mi estancia en Inglaterra.
Aquel país tiene una ley de transparencia que obliga a hacer públicos documentos clasificados, en un plazo de no más de 50 años y en aquel año de 2001 me tocó conocer y escribir sobre la desclasificación de algunos informes "secretos" que, por la distancia en el tiempo y todavía ajenos a la fuerza de la difusión on line (ahora miro que el reloj de internet corre a otra velocidad), no levantaban polvareda.
Esta información que hoy comparto con ustedes en simplemente anecdótica y no tiene más intención que mirar la tradición "chismosa" de la política exterior de países con espíritu intervencionista, en este caso Inglaterra. Comparto con ustedes esta nota:

Castro y Evita, los innombrables en la Inglaterra de la posguerra
Fobias y temores imperiales
Elia Baltazar
Londres, 26 de enero. Durante 50 años, la Oficina de Relaciones Exteriores de Inglaterra mantuvo en secreto el temor del gobierno ante la posible influencia de la figura de Fidel Castro entre los jóvenes ingleses y el desprecio que inspiró Evita Perón en el ánimo del embajador británico en Argentina durante la presidencia de Juan Domingo Perón.
Documentos oficiales dados a conocer recientemente aquí revelaron que en 1969 la oficina británica de Relaciones Exteriores bloqueó una entrevista periodística con el presidente cubano Fidel Castro, por considerar que podía alentar las revueltas estudiantiles en Gran Bretaña.
También se dio a conocer un reporte que en 1950 elaboró el entonces embajador británico en Argentina, John Balfour, en el que expresaba su desprecio por Evita Perón, a quien calificaba como una mujer "peligrosa", dados su poder y ambición.
Se trata, en ambos casos, de informes confidenciales contenidos en los archivos Whitehall, de la Oficina de Relaciones Exteriores, y que se dieron a conocer de acuerdo con la regla que obliga al gobierno de Inglaterra a hacerlos públicos en un plazo de no más de 50 años.
Fidel, el temible
Una interpretación política distinta de la prevaleciente entonces sobre "el peligro" que significaba para Occidente el régimen de Castro inspiró la propuesta del presidente de una empresa estatal de transporte, British Leyland, de llevar ante la televisión inglesa al presidente cubano, quien cumplía diez años en el poder.
Lord Stokes volvía a Londres después de una visita a La Habana, luego de la cual consideró que Castro había impulsado reformas que hacían prever cambios en su política, lo cual acrecentaba las expectativas de un acercamiento con Occidente, oportunidad que no había que desperdiciar, según su opinión. Así propuso la entrevista al periodista David Frost, a quien la idea entusiasmó.
Para el gobierno inglés, sin embargo, esta presentación pública significaba dos riesgos. El primero, que la entrevista resultara más agresiva de lo que convenía a las relaciones anglo-cubanas. Y el segundo y más probable para los ingleses, que Castro se hiciera de adeptos y alentara la inspiración revolucionaria de los jóvenes británicos.
Es un peligro, se apunta en el documento, que Frost ayude a alimentar la mitológica figura de Castro, en lugar de exhibirlo más apegado a la realidad.
Frost entonces fue advertido sobre el error que significaría seguir adelante con el proyecto, pues corría el riesgo de perder oportunidades de trabajo en Inglaterra y Estados Unidos. Si el periodista insistía, entonces había que prohibirla de plano. Pero no hubo necesidad, pues los interesados desistieron.

Evita: política de vodevil
Muy lejos estaba Eva Perón de inspirar al gobierno inglés de su tiempo una imagen como la que representó en los teatros londinenses Lloyd Webber, en su musical Evita, porque lo cierto es que en su momento sólo arrancó mordaces comentarios del entonces embajador británico en Argentina, John Balfour, según consta en una carta enviada en enero de 1950 al ministro de Relaciones Exteriores de su país, Ernest Bevin.
Pretensiosa, ambiciosa y peligrosa, consideraba el político inglés a Evita Perón, para quien incluso llegó a desear un larga enfermedad, pues nada mejor resultaría de ello, según escribió luego de que corrieran rumores acerca de que la primera dama argentina padecía apendicitis.
Atento a las buenas costumbres, el embajador británico despreciaba el pasado de Evita, quien nada sabía de un buen trato público hasta que comenzó su relación con Juan Domingo Perón, pues sólo conocía vida pública propia de una actriz menor o de una estrella de cine sin futuro, como ella lo había sido.
También la calificó como la encarnación de la adolescente latinoamericana. Y "como argentina que es", consideró entonces, es "vanagloriosa" e "irracionalmente infantil".
Balfour aseguraba que el éxito de esta "actriz de propaganda", como la llamaba, sólo duraría en tanto los boletos de la función se siguieran ofreciendo a precios populares. 

viernes, 12 de noviembre de 2010

Redes sociales, periodismo y derecho a la información*

Comenzaré con una anécdota: Había una vez un diario, que por equivocación publicó un trascendido no comprobado ni verificado que resultó falso. Ese trascendido se lanzó a las redes sociales, recorrió el espacio de Twitter, se multiplicó y, por supuesto, levantó reacciones. Como afectaba a un popular político, sus seguidores y simpatizantes, que son muchos en la red, se dieron a la tarea de comprobar esa información y, por supuesto, corregirla. La reacción y acción de los twitteros obligó a ese diario a rectificar y aun ofrecer disculpas incluso en su medio impreso... Caso inédito en la prensa nacional. Si alguna sospecha tenía, en ese momento supe que a Twitter había que tomarlo en serio. Que en el universo de los 140 caracteres se había gestado algo que yo al menos, como periodista, no había alcanzado a observar hasta entonces: un germen salvajemente puro de opinión pública activa, una bola de ciudadanos atentos y dispuestos a tirar por tierra las distancias que los separan de los medios convencionales y los nombres de peso. Ciudadanos que quizá, sin proponérselo, se han convertido en observadores rigurosos, y a veces críticos rijosos, de lo que los periodistas y medios publican. No todos, claro, hay a quienes les basta con seguir, con mirar de lejos, con compartir un poco de fama intercambiando amables twitts con las estrellas de todos los ámbitos. Se vale. Y esa es la regla, si cabe describirla de alguna manera: en las redes sociales todo se vale, menos ofender a la mala. Por lo demás, los periodistas, los políticos, los famosos del mundo del espectáculo o el deporte hemos ido acostumbrándonos a los trolls, a las know out que nos dejan en el suelo y nos hacen levantarnos con un poco más de claridad sobre la dinámica de las redes sociales. Nos han enseñado a ser más cuidadosos respecto de lo que publicamos y cómo nos manejamos en redes sociales. Y no obstante, falta mucho por hacer y por aprender. Y lo digo desde la sociedad civil, la política y desde los medios. Hasta ahora, siguen siendo pocos los reporteros, que no los opinadores, involucrados en el mundo de las redes sociales desde la orilla de su oficio. No hay en los medios estrategias de colaboración con los usuarios, o son muy pocos quienes las han ensayado. Por lo tanto, no han abierto un espacio para la información en tiempo real en redes sociales, quizá por inseguridad, pues lo que se lanza a la red, difícilmente podrá corregirse, lo cual obliga, a diferencia de lo que muchos opinan, a ser más riguroso con la información. Todavía en los medios, por ejemplo, no hemos creado la figura del social media editor, no hay estrategias rigurosas y profesionales de difusión y aun producción de información a partir de redes sociales. Tampoco se ha abierto una discusión real sobre las responsabilidades éticas y profesionales de los periodistas en el manejo de sus cuentas en redes sociales o de la relación que debe prevalecer en éstas con su medio. Y me preocupan todos estos temas porque soy, lo confieso, una férrea defensora de la utilidad del periodismo formal, por llamarlo de algún modo, respecto del periodismo ciudadano. No se confundan, lo respeto, lo defiendo y hasta lo promuevo, pero el periodismo formalmente hablando tiene mucho que enseñar y hay mucho que respetarle. Los dos caben, cada uno con sus características propias y aun creo que deben incluso alimentarse. Pero el periodismo es el periodismo.
De los políticos, ni hablar. En esta carrera me parecen los más retrasados, tan poco acostumbrados a la crítica y la interacción constante. No se han dado cuenta que las redes sociales no son la inserción pagada y oculta en los medios impresos, que no alcanza con su nombre y con sus “atractivas” actividades diarias si no se asumen como lo que son: personajes públicos sujetos a crítica y observación.
Por otra parte creo que la sociedad civil organizada aun no saca provecho como debiera de las redes sociales. No veo una actividad constante, difusión de información, posicionamientos, colocación de sus temas en la agenda. Creo que la sociedad civil está desperdiciando una oportunidad invaluable en ese sentido y lo digo como consumidora de información y como seguidora y simpatizante de algunas causas. Porque las redes sociales, lo confieso, me han dado la oportunidad de ejercer mi derecho a la no objetividad, a expresar mi simpatías y mis malestares como ciudadana y periodista. Soy tal cual me leen en twitter, aunque como periodista aplico la regla de oro del hecho por encima de la opinión, el dato por encima de la especulación, el respeto siempre y el equilibrio. Allí donde hay una voz en contra siempre debe estar la voz a favor. Allí donde hay una acusación debe haber una defensa. Allí donde hay indicios de mentira, se debe buscar la verdad. Y todo aderezado siempre con los valores de la ética que dota al periodismo y al periodista de dignidad. Todo eso debe estar, obligadamente, en la actividad de los periodistas en las redes sociales. Y más allí, porque en el universo de los 140 caracteres no hay espacio suficiente para esconder lo que somos. Bienvenida la tierra de nadie de las redes sociales, donde todos estamos a la vista y al alcance, donde todos somos iguales, sin importar el número de followers.
Y de parte del movimiento #losqueremosvivos, quiero decir gracias, porque de las redes sociales emergió el tema silenciado de la violencia contra periodistas, y porque a través de ellas, de los ciudadanos, hemos podido romper silencios. Hay que agradecer y saber reconocer, desde el periodismo, el valiosísimo aporte de los ciudadanos, que han dotado de información a los medios y los periodistas, allí donde no estamos o no llegamos o nos han sacado y silenciado. Tamaulipas, por ejemplo. Sólo les pido a los ciudadanos que no dejen de vigilarnos, que no dejen de exhibirnos en nuestros errores y excesos. Así como el poder obliga a una prensa vigilante, así la prensa necesita de ciudadanos vigilantes... El ejercicio de la libertad de expresión, del derecho a la información es responsabilidad de todos. Gracias!
*Ponencia leída en el Foro Experiencias de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos a través de las tecnologías digitales de la información.

martes, 26 de octubre de 2010

Mecanismo de protección a periodistas: las dudas que rondan

El Diario de Juárez dio a conocer, el pasado 25 de octubre, un video escalofriante. Un hombre esposado, sentado frente a una cámara y rodeado de un comando armado y vestido con ropa militar, respondía a las preguntas que lanzaba alguno de los individuos encapuchados que lo acompañaban en la imagen. Allí, frente a la cámara, el hombre confesó --si acaso puede decirse eso-- que su hermana, la ex procuradora de Chihuahua, Patricia Rodríguez, estaba involucrada en asesinatos de periodistas, entre ellos, el de Armando Ramírez, El Choco. Más allá de las reservas que debe despertar una confesión en tales circunstancias y aun cuando hay evidencias en el pasado que involucran al hermanos de la ex funcionario con el narcotráfico --documentas por el propio Diario de Juárez--, este episodio sirve para advertir lo que enfrentará en el corto plazo el mecanismo de protección de periodistas que prepara la Secretaría de Gobernación y que, hasta donde sabemos, estaría a punto de presentar, pues el propio Felipe Calderón se comprometió a lanzarlo en octubre (lo hizo frente a la delegación de la SIP y el CPJ que lo visitaron en septiembre pasado).
El problema, y ahora lo vemos, es que ese mecanismo se funda sobre terreno minado: la confianza en las autoridades, que los periodistas amenazados confíen su seguridad, y en algunos casos su vida, a autoridades de distintos niveles que, hasta ahora, sólo han mostrado incapacidad y desidia frente a los crímenes contra periodistas y medios, cuando no son ellas mismas las involucradas en los casos de agresiones.
No hay confianza. Ni en la capacidad de investigación de las autoridades, y mucho menos de protección. Y no sólo por la larga lista de agresiones de las que son responsables policías, militares, autoridades civiles --allí los informes de las organizaciones de defensa de libertad de expresión para comprobarlo (CEPET, Artículo XIX-Cencos, CPJ, RSF, SIP)--, sino por su probada connivencia con bandas criminales. ¿Sobre qué terreno fundar entonces la confianza, rota hoy, para impulsar un mecanismo de protección que goce del respaldo de los periodistas?
El video que muestra al hermano de la ex procuradora de Chihuahua es apenas un ejemplo de lo que puede venir al investigar en serio las agresiones a la prensa: funcionarios de todos los niveles involucrados en casos graves de violencia contra periodistas y medios. ¿Habrá voluntad y decisión de actuar contra ellos, de aplicar la ley en un país donde la impunidad es la regla frente al delito?
Hemos asumido hasta ahora que los crímenes más graves contra los periodistas provienen de los poderes ilegales, de los narcotraficantes, y no hay que descartarlo, por supuesto. Pero ¿quién nos asegura que en estos casos no hay autoridades involucradas si a final de cuentas son los poderes "formales" los más afectados frente al ejercicio de vigilancia que significa el periodismo y una prensa libre de miedo, amenazas y tentaciones de corrupción de toda índole?
Son muchas las dudas y las reservas que despierta en las organizaciones de defensa de la libertad de expresión el mecanismo de protección a periodistas. Hay cuestionamientos en torno de su diseño, de su aplicación, de su propio diseño que, en los hechos, ha dejado fuera a los principales involucrados: los periodistas, aunque habrá que decir que algunos ni siquiera consideran la posibilidad de involucrarse: paradojas de este gremio, que ha pugnado por protección y, al renunciar a la participar, deja en manos de las autoridades su propia seguridad. O peor, la responsabilidad de vigilar, en favor de sus propios intereses, la operación de este experimentos que, tal parece, zarpará con viento en contra. Pero estos son argumentos aparte, secundarios si se quiere, porque el origen de cualquier medida que se ponga en marcha en México para proteger a los periodistas deberá fundarse, obligadamente, en el esfuerzo por reconstruir la confianza hacia las autoridades. Bien podrían comenzar por demostrar su disposición a investigar, revertir la impunidad y castigar a cualquier funcionario y servidor público involucrado en actos de violencia contra la prensa en México.
Mientras tanto, al menos yo, me reservo mi voto de confianza para un mecanismo que apenas conocemos...        
   
      
 
 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿El silencio como protocolo de seguridad?

*Texto publicado en el Blog de Nexos

La violencia lo ha arañado todo. Hasta los pudores de la prensa, que hasta hace unos meses no hablaba de sí misma ni en defensa propia –y valga el lugar común en toda su literalidad. Hoy las circunstancias han cambiado. La prensa, los periodistas, los medios, son noticia de sí mismos. De la frase tan común en las redacciones, que justificaba ignorar al otro, a la competencia, bajo la sentencia de “perro no come carne de perro”, hemos pasado a la atención mutua. A veces en tono solidario, otras para descalificar o denostar. Como sea, las constantes agresiones de que son objeto los periodistas y sus medios, sobre todo en los estados, han obligado a que volvamos la vista hacia nosotros y hablemos los unos de los otros, como buena familia disfuncional que ha sido la prensa mexicana.
En eso estamos. En el intercambio de desprecios o de solidaridades tímidas que apenas alcanzan para arropar a periodistas y medios cercados por la violencia, las agresiones y amenazas del crimen organizado y aun de la autoridad, pues hay que recordar que a estas alturas se cuentan por cientos los episodios de agresiones a periodistas, y que la mayoría proviene precisamente de las autoridades. Como no ha habido castigo para ellas, tampoco lo ha habido para los delincuentes, estos cada vez más impunes, cada vez más violentos. De ello pueden dar cuenta los periodistas de Juárez, donde han muerto al menos diez en la última década. Dos de ellos trabajadores de la misma empresa, El Diario, el periódico más importante de esa ciudad donde la muerte se pasea con armas largas. A uno lo asesinaron en 2008 y a otro hace apenas unos días. Sobre los cuerpos de ambos se lanzaron sospechas antes que flores y hasta ahora, al menos en el caso de Armando, El Choco, no sabemos nada de las investigaciones ni de los responsables de su muerte. Luis Carlos ni siquiera conoció el ejercicio profesional y, sin embargo, ya pesa el descrédito sobre su tumba.
Con el luto prolongado por la impunidad, El Diario rompió con las buenas maneras de la prensa en su relación con el poder. Ese editorial, del que tanto se ha hablado, proyecta en toda su dimensión los días de bala y silencio que atraviesan los medios en muchas ciudades del país. Sorprende, sí, que un periódico reconozca públicamente como interlocutor al crimen organizado, que de dirija abiertamente a él para garantizar la vida de sus reporteros y fotógrafos en las calles. Pero no deben sorprendernos sus motivos, porque en los estados más asolados por la violencia, los medios han debido negociar con el crimen organizado, de una forma u otra, ante la falta de condiciones de seguridad para su labor y, lo que es peor, de confianza en las autoridades. ¿Acaso no lo hicieron Televisa y Milenio TV al transmitir las imágenes que exigieron los secuestradores de sus camarógrafos y reporteros a cambio de respetar su vida? ¿Acaso no tuvieron que someterse los periódicos de Zacatecas ante los grupos que los amenazaron? ¿Cuántos casos habrá como éstos en el país? Sabemos de muchos. De medios que han adoptado el silencio como “protocolo” de seguridad y se han replegado a las “reglas no escritas” de la delincuencia que manda en sus pequeñas ciudades.
Lo que sucede en Juárez, en cambio, es atípico, como todo lo que allí ocurre, porque hay que reconocer que en esa ciudad, la más violenta del país, la prensa ha cumplido, aun a pesar de la cuota de sangre. El Diario no ha hecho más que evidenciar lo que ya ocurre en muchas regiones del país, a costa de la salud democrática, porque en su indolencia, en su negligencia, las autoridades han permitido que el crimen gane terreno en los medios, expulsando los temas ciudadanos. Y no obstante los riesgos, el gobierno ha elegido confrontar, descalificar, y a final de cuentas dejar sola a la prensa frente al crimen. Sobre todo a los medios de los estados, que salvan como pueden su integridad, mientras los grandes medios nacionales se deciden a enfrentar, de cara a los ciudadanos, los riesgos que acechan cada vez más cerca la libertad de expresión y el derecho a la información.
No sabemos lo que vendrá en adelante, pero la experiencia ya nos avisa que nada bueno, si no actuamos juntos de una vez por todas.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Prensa débil

Los periodistas llevamos dos días lamentándonos de lo que ocurre con la prensa en México. Particularmente de lo que sucede en Juárez con El Diario, el periódico más importante en aquella ciudad de la frontera, que ha tenido que renovar el moño negro en su portada por la muerte de Luis Carlos Santiago, el joven practicante, fotógrafo, asesinado el pasado 16 de septiembre.
Hasta el momento, sin embargo, no hemos podido articularnos en acciones concretas para expresar ese sentimiento compartido de indignación, impotencia, preocupación, que recorre las redes sociales. Pienso en las razones y llego a callejones sin salida que me llevan a los muros ya conocidos, es decir, las respuestas de siempre: los periodistas no estamos organizados, no hay una sola organización que nos represente o a la cual confiar nuestra representación, nos paraliza y desactiva la falta unidad, de identidad de grupo o gremio, como quieran llamarle, falta compromiso, etc, etc, etc.
Aunque todo lo anterior es verdad, también es cierto que lo mucho o poco que hemos podido hacer, como  reporteros y fotógrafos, como periodistas de a pie al cabo, no alcanza para las circunstancias que enfrentamos. Acaso precisamente por nuestra falta de organización, por la debilidad de las pocas  organizaciones que nos representan, por la falta de un trabajo continuo y constante, no tenemos fuerza de interlocución, nuestra voz no llega a donde debe y no contamos si quiera con canales. Hoy más que nunca nuestra debilidad está en evidencia. Así ha convenido, así lo hemos aceptado.
Pero a descargo nuestro hay que decir que esta condición de indefensión no es sólo responsabilidad de los periodistas, sino también de los medios, de la prensa en su conjunto. La gravedad de la circunstancias que enfrentan mucho medios medios en el país, soportando solos las amenazas, rindiéndose ante el crimen organizado y aun ante autoridades corruptas, evidencia también la debilidad de las empresas de comunicación. Ellas también están solas por cuenta propia, porque así lo han decidido al anteponer su interés empresarial y de poder, por encima de los intereses ciudadanos y de la responsabilidad social de las funciones que cumplen. Más que los periodistas, las empresas son blanco de descrédito y vituperio ciudadano. Imposible para ellas recurrir a los ciudadanos, como ha ocurrido en otros países, para enfrentar la amenaza del enemigo. A nadie, en realidad, le importa lo que sucede con la prensa. Si acaso a los involucrados. Pero no a las empresas, que siguen dejando pasar los episodios de violencia, las señalas de amenaza, sin plantar cara. Al final parece que esta cadena interminable de agresiones sigue viéndose como una secuencia de episodios aislados y no como un escenario que ya involucra a todos.
Yo, por lo pronto, me quedo con una sensación de aislamiento que nos alcanza a todos como periodistas, como prensa en conjunto. Y la pregunta sigue abierta: ¿Qué hacemos?
Desde Los Queremos Vivos habíamos lanzado la siguiente iniciativa que hoy más que nunca parece pertinente: ¿Cómo nos queremos vivos?

domingo, 19 de septiembre de 2010

Solos frente al crimen

* Para Sandra, mi amiga, y para todos los compañeros de El Diario, de Ciudad Juárez

Mientras la solidaridad de los mexicanos se despojaba de la pereza de un domingo de final de puente para acudir en ayuda de los damnificados de Veracruz, de Ciudad Juárez llegó la peor señal de desesperación que hasta el momento habíamos conocido de la prensa en el país. 
El Diario de Ciudad Juárez publicó un editorial que nos erizó la piel. No sólo porque es reacción de un antecedente inmediato: el asesinato de uno más de sus colaboradores, un joven de 21 años, Luis Carlos, practicante en camino de convertirse en fotógrafo del periódico, que regresó el luto a esa redacción donde hace apenas dos años trabajaba Armando, El Choco, también asesinado en 2008. El editorial de El Diario nos congeló por lo que significa para la prensa, la democracia y el Estado de derecho en este país.
Ese editorial pudieron haberlo escrito otros medios en este país, aquellos que han enfrentado las amenazas, la agresiones, la violencia, el miedo. Pero no pudo ser más significativo que lo firmara el periódico más importante de la ciudad más violenta del país, donde se cuentan más de 6 mil asesinatos en tres años. En esa ciudad, El Diario ha cumplido, pese a todo, con su responsabilidad de informar. A pesar de sus propios muertos, de las agresiones armadas, de las amenazas contra sus reporteros, y aun de las agresiones, veladas y directas, de las propias autoridades, incómodas frente a las coberturas que el periódico ha llevado adelante. Hoy mismo cumple con sus lectores y con la sociedad a la que sirve, confesando su propio miedo, su incapacidad para cumplir sus tareas de información en las condiciones a las que lo han llevado dos asesinatos impunes. Precisamente porque en Juárez la impunidad manda --me dicen que sólo 64 expedientes se han consignado de los más de 2 mil homicidios de este año--, El Diario se vuelve y mira de frente a quienes, al parecer, mandan esa ciudad: los poderes ilegales, el crimen, el narcotráfico. A ellos se dirige en el peor escenario para la prensa en este país, al reconocerlos como interlocutores, como los únicos capaces de detener la violencia de la que han sido objeto en los últimos años, ante la incapacidad, la desidia, la corrupción y el desdén de las autoridades, de los gobierno, de las instituciones y los poderes "formales".
Allí está El Diario de Juárez, solo frente al crimen, tomándolo de las solapas y pidiéndole una explicación por el tributo de sangre que ha debido pagar por confiar en que, pese a todo, podía seguir informando. Solos hoy los reporteros y fotógrafos que han debido cubrir las noticias sobre su propia tragedia, entrevistar a funcionarios que escupen sobre las tumbas de sus compañeros, advirtiendo que entre las líneas de investigación hay indicios de causas personales en el asesinato de Luis Carlos, como lo dijeron en su momento de Armando. Solos los directivos de ese medio que han tropezado con sus propios errores al publicar el nombre del otro joven practicante que sobrevivió al ataque armado. Sola una ciudad completa que mira los primeros signos de rendición de su prensa frente al crimen. Solo todos los medios que han tenido que callarse las amenazas, soportarlas en silencio, transigir frente a las demandas de los grupos criminales que ya se imponen en las agendas, que logran su cometido al insertar su información, sus mensajes cifrados o no -como escribe El Diario-- en los espacios de televisión y prensa.
Si a estas alturas no reconocemos la derrota, no sé qué más deba suceder para asumirla. Nos están ganando la partida. No sólo a la prensa, sino al país completo, a sus gobiernos, sus instituciones y sus ciudadanos. El regiones completas manda el crimen y nadie se ha atrevido a reconocerlo. Hasta ahora, que El Diario deja de lado los discursos a medias y se dirige a quien "manda". A esos poderes ilegales que son los únicos capaces de "perdonarles la vida", de grantizárselas. Trágico.
Mientras tanto, el resto de la prensa cavila, se lamenta, publica tímidamente el asesinato de Luis Carlos en interiores, acredita las versiones de la Procuraduría de Chihuahua sin cuestionar, sin preguntar por qué siempre detrás del asesinato de un periodista sólo hay "motivos personales". ¿Alguno acaso ha intentado ocupar los zapatos de los reporteros y fotógrafos de El Diario, de sus directivos, de todos los medios que han sido objeto de amenaza? ¿Por qué aquellos grandes medios nacionales, que recibieron como ninguno otro la solidaridad de todos cuando atravesar por graves circunstancias, han decidido tomar distancia de lo que ocurre en Juárez? ¿Por qué nos hemos conformado con compartir información tan deplorable, angustiante y vergonzosa en las redes sociales, en lugar de actuar? ¿Qué esperamos todos para actuar de una vez por todas frente a la violencia? ¿Qué debe ocurrir para que, de una vez por todas, arropemos a la prensa y los periodistas de este país? ¿Qué carajos esperan los grandes medios, los dueños, los gobiernos, las autoridades, para asumir que atravesamos hacia condiciones cada vez peores para el ejercicio de la libertad de expresión y el derecho a la información?
Yo estoy harta. Estoy avergonzada porque no puedo hacer más de lo que hemos intentado desde distintos frentes. Me siento impotente porque no encuentro la manera de ayudar a mis compañeros de Juárez y de otros tantos estados que están solos. Solos frente al crimen, frente a la violencia y frente a gobiernos, instituciones y políticos que, con su incapacidad, desidia y mala fe, contribuyen más que nunca a la violencia, fortalecen el poder ilegal y lo dejan pasar de largo en los espacios públicos como la prensa, excluyendo de allí a los ciudadanos y la información útil y necesaria para ellos. 
¿Hasta cuándo lo vamos a permitir? ¿Hasta cuándo? Esa es la pregunta.       
  

viernes, 10 de septiembre de 2010

Cómo nos queremos vivos? Opina, participa...

En la marcha del 7 de agosto, las y los periodistas del país descubrimos que podemos transitar juntos por una misma ruta y llegar a acuerdos a pesar de nuestras diferencias, porque una misma causa nos ha unido: el compromiso por respetar y hacer respetar sin restricciones la libertad de expresión y el derecho a la información, en condiciones de seguridad y como garantías vigentes para toda la caiudadanía.
Sabemos de su interés por contribuir desde nuestros espacios cotidianos, a alcanzar una meta en común: lograr mejores condiciones para el ejercicio periodístico y promover su calidad, compromiso y responsabilidad social.
Por eso, convocamos a las y los periodistas, fotógrafos, camarógrafos y trabajadores de los medios de comunicación de las 31 entidades del país y el Distrito Federal a analizar, dialogar, diagnosticar y proponer acciones que nos conduzcan, a partir de nuestras distintas realidades, a responder ¿CÓMO NOS QUEREMOS VIVOS?
Invitamos a las y los periodista de este país a participar en un gran diálogo nacional, a partir de las propuestas de cada estado.
Que en cada entidad, los y las trabajadores de los medios hablen, discutan, analicen, propongan y, finalmente, aporten una propuesta en común, construida a partir de la pluralidad de voces.
Proponemos como temas para la reflexión, los siguientes:
- Capacitación profesional
- Protocolos de seguridad
- Ética periodística hablamos
- Dignificación de la profesión
- Qué necesitamos de los medios
- Cómo renovar nuestro compromiso y vínculo con la sociedad
A partir de ahora queda este espacio abierto para que cada entidad aporte sus reflexiones y conclusiones sobre la profesión con la que todos estamos comprometidos.
LOS QUEREMOS VIVOS

jueves, 26 de agosto de 2010

Ojos bien cerrados: los medios frente a la violencia

Asesinaron a 72 migrantes. Los secuestraron, los retuvieron, intentaron extorsionarlos, los querían obligar a  trabajar para el crimen organizado, se negaron, los maniataron, les cubrieron los ojos, ellos rogaron, lloraron... Y nadie pudo ayudarlos. Nadie se dio cuenta. Y sucedió en el territorio de un estado, en un país que se cree con "instituciones" y "autoridades", que destina miles de millones de pesos al año para sostener una "infraestrctura de Estado", incluidas fuerzas de seguridad. Al menos eso dicen... Pero a estas alturas quién, de veras, puede creer que tenemos un país de instituciones y la leyes... Yo no. Muchos menos cuando leo que al señor Calderón no se le ocurre nada mejor que atribuir la barbarie a los cárteles del narcotráfico. Como si no fuera trabajo suyo impedir, precisamente, la operación y actuación impune de esas bandas.
En la prensa, la matanza de esos 72 seres humanos comparte espacio en la primera plana con el despilfarro legislativo, con su frivolidad a prueba de realidad. Y por lo visto, así seguirán los diarios: dando cuenta de la violencia y la frivolidad, en partes iguales. Sangre y espectáculo, el discurso del miedo y la diversión.
No podemos más porque no tenemos con qué. Las herramientas del periodismo mexicano apenas alcanzan para reproducir declaraciones a la misma velocidad que contamos muertos y celebramos exiguos triunfos "nacionales" (como si una miss universo alcanzara para medir nuestra estatura de país). En México, el lugar común obliga adaptación: sangre y circo. Y en las gradas, la prensa aplaude y chifla. No puede más. No quiere más.
La estructura actual de los medios impide prácticamente cualquier posibilidad de investigación: cada vez hay menos reporteros en las redacciones y los pocos están obligados a multiplicarse en la multimedia, término harto rimbombante para describir la pobreza de oferta y recursos, pues no se trata más que  de reproducir una misma nota en soportes distintos.
Condenados por la orden del día --y también el gusto propio a la comodidad-- los reporteros transitan sus días, uno igual a otro, en la cobertura de conferencias, a las que llegan sin más provisiones que una grabadora, listos para escupir después, siempre entrecomillada, la que será su nota del día, la que los periódicos publicarán bajo engaño de que es la información más importante de entre todo lo que pasa en el país y el mundo. Esa es la medida para los hechos del día, de ese tamaño la jerarquización.
Así, a las manos de editores condenados a la burocracia informativa, llegarán las "importantes declaraciones" del día, que ellos se encargarán de jerarquizar y vestir con lucidas infografías. Habrá que advertir que muchos de ellos no han sido reporteros, que algunos llegaron del salón de una universidad a la edición, y sin escalas. Habrá que acusar su falta de experiencia, su pobreza de lenguaje y cultura, su falta de lecturas y de imaginación periodística, la que exige un vuelo periodístico un poco más arriba que a ras de tierra. Son editores sin memoria, que se asumen jefes de información cuando su mirada alcanza apenas su nariz y la pantalla del breaking news. En manos de ellos están los hechos de cada día y a veces la seguridad de personas como el superviviente del asesinato colectivo en Tamaulipas.
Así, mientras cientos de reporteros y editores viven con la inteligencia clavada en una nuez, el país espera una prensa de investigación, periodistas que exijan cuentas a nombre de los ciudadanos. Allí nuestra responsabilidad frente a la violencia, que también tiene biografía. ¿Acaso no será necesario remontar atrás y revisar perfiles y trayectorias de gobiernos y gobernadores que pasaron por Tamaulipas? ¿A ojos de quién se incubó el huevo de la serpiente en un estado estratégico para la política energética y de comunicación marítima? ¿Quién ha sido responsable de lo que sucede en Tamaulipas y en otros tantos estados del país? ¿Por qué de mal vamos para peor? ¿Qué resultados entregan los responsables de este país del gasto millonario en seguridad, sacrificando otras necesidades? ¿Qué hay por delante?
Cercada ella misma por la violencia, la prensa no atina más que a salvar el día a día, evadiendo su propio juicio, su autoevaluación, posponiendo un cambio necesario y urgente.
Al habernos despojado de las más ambiciosa de las tareas periodísticas que es la investigación, la prensa es sólo la vitrina que exhibe desgracias, justificaciones y una que otra anécdota de paso.
Frente a ese espectáculo miserable y pobre, quién puede menos cerrar los ojos y pasar de largo.

sábado, 14 de agosto de 2010

#losqueremosvivos: movimiento en construcción

Hoy se cumple una semana de un lema en movimiento. Los Queremos Vivos salió a la calle el pasado 7 de agosto, multiplicado en cada uno de los periodistas y ciudadanos de este país, que desde cada una de sus ciudades levantaron la voz para exigir: Ni uno más.
No más muertos en las filas de los reporteros, camarógrafos, fotógrafos, periodistas todos. No más silencio ni impunidad. No más expedientes abandonados en el archivo de la desidia de procuradurías, fiscalías y autoridades de cualquier orden. No más agresiones, amenazas, intimidaciones para la prensa de este país. No más miedo frente a nada ni frente a nadie.
Bajo este cielo, los periodistas de todo el país hemos encontrado, como nunca, el arropo de ciudadanos que comparten nuestra preocupación por la defensa imprescindibles de Tu Derecho a Saber y Mi Derecho a Informar, porque la libertad de expresión no puede caminar sola sin el derecho a la información. Por eso todos los queremos vivos. A los periodistas que informan y a los ciudadanos que nos leen, que nos escuchan, que nos ven. No hay uno sin el otro.
Todavía hoy, hay quienes se preguntan si los periodistas merecen un trato de excepción. Si su demanda será justa sólo en la medida que agregue a 28 mil mexicanos muertos en los últimos tres años y medio. Si no hay detrás la paradoja y la contradicción de un oficio que lleva implícito el riesgo. Al cabo muchos llegaron a éste imaginando emociones y aventuras. La duda ronda: ¿los periodistas tenemos derecho a exigir?
Seguro sí. Estoy convencida. Muchos estamos convencidos. Pero habrá que remontar, porque esa duda germinó en tierra abonada por el descuido, la negligencia y la propia irresponsabilidad para con nuestro oficio y con los ciudadanos. No hemos aceptado prescindibles en la medida en que hemos renunciado a ser mejores, íntegros, éticos. Y lo peor, en la misma medida hemos alejado de la conciencia pública el valor del periodismo como garantía de derecho. Por eso hoy se atreven los diputados a decir que hay libertad de expresión, porque todo el mundo puede decir lo que quiere; que cualquier se informa donde quiere y como quiere. Así de básico y así de inútil su entendimiento sobre dos derechos imprescindibles para la democracia y la justicia.
Pero posiciones como ésas no serán las únicas trampas en el camino para los periodistas que han tomado como propio el lema de Los Queremos Vivos. También acechan demonios entre nuestras filas. Las ganas de dividir o de excluir, las ambiciones desbordadas, las tentaciones de poder, el deseo de apropiarse de lo inapropiable. Correr a riesgo de tropezarse y desbarrancar en el impulso un esfuerzo colectivo a largo plazo.
Como nos queremos vivos, necesitamos de todos. Es un lema en movimiento y es de todos. Honrémoslo.

lunes, 9 de agosto de 2010

¿Y AHORA QUÉ?

Por que nos queremos vivos... es necesario seguir. Por el derecho a saber y el derecho a informar... es obligado actuar.... Juntos. En un frente común de defensa por las libertades, las garantías y los derechos de todos. Allí la esencia, pero ¿hacia dónde el camino?
La pregunta ronda, mezclada entre la emoción, desde el final de la manifestación de periodistas más importante que ha visto este país. Multiplicada en ciudades y capitales donde los periodistas se despojaron de nombres propios, de marcas personales y de mitos que los condenan como gremio, la marcha silenciosa del pasado sábado 7 de agosto fue la carta de presentación de una nueva generación de periodistas, que nada tiene que ver con edades, experiencia o trayectoria, sino con compromiso. Con el periodismo primero y con los ciudadanos después. O viceversa. O al mismo tiempo. Porque uno no se entiende sin los otros. ¿Para qué esta profesión, este oficio, si no para abrir el espacio público a las preocupaciones colectivas, para indagar lo que se quiere oculto, para abatir silencios a fuerza de voces?
La urgencia hizo el milagro. A fuerza de muertos, desaparecidos, agredidos y amenazados, los periodistas se unieron. Juntos renunciaron a la palabra, que es su fuerza, para exigir cortarle el paso a la impunidad sobre los crímenes que acumula el gremio. Para advertir que el silencio acecha, peligroso, sobre su derecho a informar y el derecho de todos a saber. Caminamos, nos abrazamos, nos conmovimos juntos al tener en nuestras manos los nombre en lista de nuestros muertos, de nuestros desparecidos. Y gritamos: ¡Ni uno más! También nos aplaudimos por el triunfo, sólo nuestro, del valor compartido. Por nuestra pequeña victoria sobre la desconfianza y las reservas. Nos aplaudimos y aplaudimos a quienes nos acompañaron en la caminata, a quienes nos alentaron desde las banquetas y los autos. Triunfo compartido con los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil, que nos devolvieron la confianza y el orgullo por el oficio. Ya no más “prensa vendida”.
Pero las horas pasan y la emoción desvanece. No así el peligro para los periodistas ni la inseguridad en su tarea. Tampoco las muchas adversidades para el periodismo. Ya salimos, dimos la cara, nos prometimos juntos, mejores, más profesionales. Ahora habrá que cumplirlo.
Recién recuperado nuestro derecho a hablar, a manifestarnos y protestar, también necesitamos recuperar nuestra capacidad para proponer, para imaginarnos mejores prácticas, para hacernos de nuevas herramientas, de estrategias más efectivas que nos permitan llevar adelante nuestra labor, sortear la violencia y combatir el silencio, la impunidad, la corrupción. No hay que esperar que nos digan qué hacer. En solitario, en pequeños grupos, en organizaciones o redes, y hasta entre amigos, hemos compartido ideas, discutido posibilidades, soñado soluciones. Hace falta trasladarlas al papel. Reflexionarlas. Compilarlas. Trabajarlas. Compartirlas. Discutirlas. Y, por último, empujarlas allí donde debamos. Juntos.
La ignorancia, como la violencia, nos persigue. Como país y como gremio. La resignación y el conformismo nos atenazaban. La comodidad nos acotaba. Ya no puede ser así. Hemos comprometido la palabra ante los ojos ciudadanos para convertirnos en un gremio mejor, más unido, solidario, preocupado por su oficio y por los de su oficio.
Ahora hace falta construir los espacios de reunión, encontrar nuestros ámbitos naturales para actuar, para participar y construir. Comencemos entonces por pensar, por imaginar juntos el periodismo que queremos y las condiciones que merecemos.
Hay que empezar, entonces, por proponer para actuar. Porque de aquí en adelante, no podemos volver a ser los mismos.

sábado, 31 de julio de 2010

Los motivos de la protesta




Sin siglas, sin nombres ni tutores, los periodistas mexicanos lanzaron el pasado jueves una convocatoria inédita: salgamos a las calles a exigir: "los queremos vivos"... Queremos de vuelta a los compañeros secuestrados el pasado 26 de julio, cuya vida pende del capricho de sus captores. Fueron "levantados" como botín de negociación: a cambio de que las televisoras en que trabajan difundieran un video por televisión local y renunciaran a la cobertura de uno de los episodios más escandalosos en la trama de crimen organizado que a diario deja sin aliento a los mexicanos: el control que los internos mantenían en el Cereso 2 de Gómez Palacio, Durango, que les permitía incluso salir por las noches a asesinar. Un escándalo más de los muchos que se arrebatan el espacio en las planas de los periódicos, cada día.

Allí estaban Jaime Canales, camarógrafo de Multimedios Laguna; Alejandro Hernández, camarógrafo de Televisa Torreón; Héctor Gordoa, reportero de Televisa México, y Óscar Solís, del diario El Vespertino. Estaba allí porque su trabajo se los exige, porque son periodistas, porque cumplen con su labor. Y de vuelta a casa fueron secuestrados, "levantados", decimos ya en México.

Uno de ellos --esperamos que dos a estas horas, según las versiones no confirmadas-- ya fue liberado. Los otros siguen en poder de los secuestradores.

Su caso, como no había ocurrido antes, conmovió al gremio periodístico mexicano, que cuenta más de 60 compañeros muertos y al menos once desparecidos desde 2006, entre ellos una mujer, Esther Aguilar, quien trabajaba para El Diario de Zamora.

Si no son los primeros, entonces ¿qué hizo que su secuestro se convirtiera en resorte de protesta? Primero, la evidencia incuestionable de que fueron blanco del crimen por su labor. Segundo, el hartazgo ante la violencia de que son objeto, y tercero, quizá, un sentimiento compartido de indefensión y ofensas añejas.

Hay quienes leen esta manifestación de repudio a las agresiones contra periodistas, como una consecuencia de los medios en que trabajaban nuestros compañeros: Televisa y Multimedios. El primero, lo sabemos, el gigante de las comunicaciones; el segundo, más pequeño pero no menos influyente en México. Ambos, de dimensiones nacionales, de modo que la repercusión rompió la frontera local, que deja en el olvido muchos casos como estos.

En esta ocasión, incluso, dos de los opinadores más importantes en cada una de esas empresas sacó la cara por sus reporteros, por los secuestrados, aunque antes ya habían tenido entre sus periodistas a víctimas de la violencia. Muertos, incluso. Pero en aquellos casos hubo un halo de duda sobre las razones de las agresiones y los asesinatos: eran periodistas, pero quién sabe en qué estaban metidos (siempre esa versión que corroe la dignidad de una víctima, y pero cuando se trata de un periodista, pues son las mismas autoridades responsables de aclarar los casos, quienes recurren a ella para justificar la impunidad).

En aquellas ocasiones, las empresas y sus directivos, callaron. Nunca exigieron públicamente el esclarecimientos de esos casos, los olvidaron, los arrumbaron. Ahora, en cambio, comprobado el hecho de que los camarógrafos y periodistas cumplían con su labor informativa, salieron a dar la cara por ellos. A exigir.  Además, ya no se trató de una "desaparición" más, sino de un secuestro en el que se pidió a cambio que se doblegaran, que aceptaran condiciones del crimen organizado. Esas podrán ser las razones que llevaron a las empresas a denunciar el hecho. Pero no son --o quizá sólo en parte-- las razones de los reporteros que han levantado la voz. Primero en Twitter con la camapaña #losqueremosvivos y ahora en la convocatoria de una marcha como hacía muchos años no se veía en México.

Los periodistas de calle, los de a pie, los reporteros, queremos salir para exigir la libertad de nuestros compañeros, para expresar nuestro repudio a la violencia de la que somos objeto, para exigir condiciones para la labor informativa, para pedir el esclarecimiento de todos los crímenes, de todos los asesinatos y las desapariciones. Para marcarle un alto a la impunidad.

Pero también queremos salir a dar la cara, a que nos vean de frente. A que la sociedad nos conozca. Queremos salir porque ya no estamos dispuestos a contar muertos y desaparecidos en silencio. Porque hay razones que abultaron las cifras de nuestras víctimas y que no sólo pueden atribuirse al crimen.

Hoy los reporteros no sólo exigimos seguridad del gobierno, la garantía de respeto a los derechos de libertad de expresión y de información para todos los mexicanos. También pedimos responsabilidad compartida: de las empresas para las que trabajamos, de las autoridades que alimentan la impunidad con incapacidad, indolencia y desgano; de la sociedad civil que ha dejado solos a los periodistas y a olvidado a aquellos desaparecidos, y de los mismos periodistas que han asumido y aceptado el silencio y la invisibilidad, a cambio de nada.

Hoy, duele decirlo, a ojos de la sociedad poco respeto merecen los reporteros. Son, acaso, el último eslabón de una cadena que los hace aparecer como prescindibles frente a las herramientas de la tecnología y oferta en masa de información on line. Son, acaso, los que colocan una grabadora frente a la voz de un declarante de rutina. Son la mano de obra más barata del mercado laboral de la información y son, ahora, carne de cañón para el espectáculo de la violencia.

Culpa compartida, admitámoslo, hemos desprestigiado nuestra profesión ante los favores del poder; hemos olvidado a los ciudadanos, sus causas y sus preocupaciones, a falta de ánimo para salir a las calles a encontrarnos con ellos. Nos hemos dejado engañar por sirenas que nos prometen estabilidad laboral a cambio de la obediente constancia, esa que lleva al destajo el arte de la noticia.

A muchos convienen esos personajes grises, invisibles. Convienen su miedo y su silencio. Conviene su conformidad. Al poder, al crimen, les conviene una prensa débil y ya incapaz de mirar, de escudriñar, de preguntar. Pero no conviene a los ciudadanos ni a la democracia. No conviene a un país que se quiere mejor.

Por todo eso, quizá, muchos reporteros, periodistas, saldrán el próximo 7 de agosto a las calles, se concentrarán en el Ángel de la Independencia y marcharán hacia algún rumbo.

Esos, tal vez, son los motivos de la protesta. O sólo quiero imaginar que lo son...                    



martes, 8 de junio de 2010

¿Dónde se nos quedó la (cláusula de) conciencia?*

Me invitaron esta mañana a hablar sobre la cláusula de conciencia. Al principio, pensé, pero qué voy a decir yo sobre la cláusula de conciencia si no soy abogada ni especialista en los términos más estrictos del derecho a la información. Soy, como muchos de los que están aquí, una reportera, una editora, pero no una profesional calificada para hablar sobre tema tan espinoso como complicado. Pero entonces caí en cuenta: yo, como muchos de quienes trabajamos en los medios de comunicación, hemos renunciado –por indolencia, ignorancia o pura desidia-- a un derecho fundamental de nuestra labor periodística, que acompaña, viste y protege nada menos que nuestra ética profesional y nuestra responsabilidad de informar de manera justa, equilibrada y ajena a intereses de otra índole que los estrictamente periodísticos, en beneficio de los ciudadanos. 
Para vergüenza mía, tuve que aceptar que, con todo lo que me importa mi profesión, mi oficio, había dejado de la lado una reflexión obligada y una batalla urgente: que en los magros derechos laborales de que gozamos los periodistas se incluya, algún día, la cláusula de conciencia.
Confrontada con mi ignorancia, no pude más que investigar de qué se trataba en realidad este terminajo que de vez en nunca aparece en boca de los periodistas. Encontré, por ejemplo, que se trata de "una norma legal que hace vinculantes el contrato de trabajo de los periodistas con los fines propios de los medios de comunicación en los cuales prestan sus servicios y con los principios éticos profesionales". Sinceramente, no entendí. Por fortuna siempre hay quien traduce para legos. Y entonces comprendí que la cláusula de conciencia es, nada menos, que el derecho de todo periodista a salvaguardar su dignidad y ética, frente a los intereses de los medios de comunicación en que se emplea. Lo ejemplifico así:
Gracias a la cláusula de conciencia.
1.- El periodista puede proceder a la rescisión de su contrato, cuando el medio de comunicación en que trabaja cambia de orientación ideológica.
2.- Puede negarse a que se ponga su firma en un texto del que es autor y que haya sido modificado por la jefatura, bien a través de introducir ideas nuevas, o suprimir algún concepto original.
3.- Puede negarse a realizar o firmar artículos que vayan contra su propia conciencia; y
muy importante
4.- Él mismo --el periodista-- está obligado a no violar, bajo ninguna circunstancia, las normas éticas, faltando deliberadamente a la verdad, deformando los hechos o recibiendo dinero o cualquier tipo de gratificación a cambio de la alteración de una noticia, ni contrariar los fines de la empresa que se comprometió a respetar.
O sea que la clásula de conciencia actúa no sólo en favor de los periodistas, sino también de los medios que confían en quienes contratan.
Me pareció justo. Los malos periodistas pueden causar daños irreparables no sólo a la imagen propia o de su medio sino, peor todavía, a los ciudadanos que consumen su información, confiando en su actuación ética y responsable. Nadie que traiciona esos principios merece que lo llamen periodista, ni merece tener el privilegio de producir y difundir información.
El tema, no lo pueden negar, se pone interesante en la medida en que pensamos en sus implicaciones para el ejercicio periodístico.
Sonreía en tanto avanzaba en las lecturas, pensando en la aplicación de la cláusula de conciencia en México y, por supuesto, dudé de su viabilidad. ¿Qué medio en México se atrevería a agregar en el contrato este “mecanismo”? ¿Pero acaso hay en el mundo alguna legislación que la aplique? Y sí, las hay. Supe entonces que ya desde 1898 se ha impuesto en los contratos de los periodistas profesionales en Austria, que posteriormente se aplicó en Francia en su ley laboral, y que a partir de 1978 se incorporó como precepto constitucional en la legislación española.
(Me llamó particularmente la atención el caso de El País, que en su Libro de estilo de 1990 incluye: “Ningún miembro de la Redacción estar obligado a firmar aquellos trabajos que, habiéndole sido encomendados o que, realizados por propia iniciativa, hayan sufrido alteraciones de fondo que no sean resultado de un acuerdo previo. Las normas de estilo no podrán ser fundamento para invocar la cláusula de conciencia. Ni dichas normas de estilo ni las modificaciones en los sistemas de trabajo podrán alterar el contenido de este Estatuto. Artículo 7: Cuando dos tercios de la Redacción consideren que una posición editorial de El País vulnera su dignidad o su imagen profesional, podrán exponer a través del periódico, en el plazo m s breve posible, su opinión discrepante.)
Chile también la ha incorporado en sus leyes de libertad de expresión y derecho a la información, aunque a la fecha ninguna empresa la ha adoptado. Pero allí está, esperando su ejercicio.
La legislación laboral francesa dispone que el periodista tiene derecho a la indemnización por rescisión del contrato de trabajo, cuando a pesar de que él sea el que promueva el rompimiento de dicho contrato, invoque al hacerlo que tal ruptura del compromiso es debido a un cambio notable en el carácter u orientación del periódico y que ese cambio le supone una situación que atenta contra su honor, su reputación, o de manera general contra sus intereses morales.
En México, en 2009 el entonces diputado Gerardo Priego, presidente de la Comisión Especial para dar Seguimiento a las Agresiones contra Periodistas y Medios de Comunicación, presentó una iniciativa para incorporar la cláusula de conciencia a la Constitución.
Dijo entonces: "Los periodistas podrán negarse a realizar actividades informativas contrarias a los principios éticos y profesionales del periodismo o a sus convicciones personales en cuestiones religiosas o filosóficas, sin que puedan sufrir ningún tipo de perjuicio por su negativa o resistencia justificadas", explica el legislador por Tabasco. Esto es, que no lo puedan correr.
Su intención fue llevar la Cláusula de Conciencia a la Constitución para permitir la rescisión de la relación jurídica contractual con la empresa editora, en los supuestos de cambio sustancial y objetivo en la orientación informativa o línea ideológica, o en caso de modificación de las condiciones de trabajo, que suponga un perjuicio grave para la integridad profesional y ética del informador.
"Es importante destacar que esta regulación permite no sólo la rescisión unilateral del contrato laboral ante un cambio ideológico y editorial radical de la empresa informativa, cuestión que difícilmente se produce en términos absolutos en la práctica, sino que reconoce un efectivo derecho del informador sobre el contenido y la forma de la información que elabora".
Su iniciativa, como es fácil imaginar, debió quedar arrumbada en algún cajón de San Lázaro, si no en el cesto de basura, pues que diputado ha mostrado hasta ahora la intención, ya no digamos compromiso, de involucrarse en temas de la prensa y mucho menos de sus condiciones laborales y de los factores que permitirían el fortalecimiento de los derechos que acompañan esta práctica.
para sorpresa mía, encontré también que en la legislación que rige la operación de la agencia estatal de noticias Notimex, hay un apartado dedicado a la CLAUSULA DE CONCIENCIA, que la describe como el derecho de los periodistas a negarse, mediante la expresión escrita de sus motivos, a participar en la elaboración de informaciones que, a su juicio, son contrarias a los principios rectores de la agencia, y que tiene por objeto garantizar la independencia en el desempeño de su funcion profesional.
En su artículo 8, se asienta además que “la ley, con apego a lo establecido en el artículo 7o. de la Constitucion Política, y a efecto de garantizar que la sociedad satisfaga su derecho a la información, reconoce como derechos de los periodistas oponibles frente a la agencia, el secreto profesional y la cláusula de conciencia. el ejercicio de estos derechos en ningún caso ameritara la imposición de sanciones en el ámbito de aplicación de este ordenamiento jurídico. Los periodistas a quienes la agencia viole su derecho al ejercicio de la cláusula de conciencia podrán poner fin unilateralmente a la relacion contractual que los vincule con aquella, percibiendo una indemnizacion que, en ningun caso, será inferior a la que les correspondería en caso de despido injustificado.
Allí están los ejemplos, y allí las diferencias que hacen a la prensa pilar de democracia o lastre de ésta. En adelante, como periodista, no podré invocar mi derecho a la libertad de expresión ni defender el derecho a la información de la sociedad sin exigir, a quien corresponda, integrar la clásula de conciencia en las leyes mexicana. Y tampoco, comprometerme con lo que ello implica. 

*Ponencia presentada en foro sobre Libertad de Expresión, que organizaron la Comisión de Derechos Humanos del DF y la Asamblea Legislativa

lunes, 3 de mayo de 2010

Día de la Libertad de Prensa*


Día de la Libertad de Prensa
Para Mónica González, periodista de una pieza y ejemplo de Periodistas de a Pie

Frente a las circunstancias que actualmente enfrentan periodistas, fotoperiodistas y hasta voceadores en casi todos los estados del país, qué alivio saber que hoy nos reunimos en la Ciudad de México para reflexionar, que no celebrar, el Día de la Libertad de Prensa. 
Esta ciudad, para desgracia del país, se ha convertido en un pequeño territorio de refugio para los periodistas. Una burbuja, creemos algunos, segura pero frágil en el escenario nacional. Por el momento, a esta capital llegan en su huida muchos de los compañeros obligados a salir de sus estados por amenazas y violencia. Ahí está el caso de periodistas de Guerrero y Morelos, amenazados –ya no sabemos por quién-- y obligados a abandonar  su vida, su labor en los momentos que su sociedad más los necesita. Conocemos el caso de Tamaulipas, donde siguen desaparecidos periodistas secuestrados entre finales de febrero y principios de marzo. O de Veracruz, donde seguimos sin noticias de Evaristo Ortega. 
El mapa de la agresiones se amplía cada vez más y sobra una nueva geografía nacional: el silencio. En regiones enteras de este país la prensa ha debido y dicidido renunciar a su labor, a su responsabilidad social, a falta de condiciones para llevar adelante el periodismo, a costa del sacrificio de un derecho indispensable en los tiempos que corren: el derecho a la información. Este país, sin periodistas que de verdad lo sean, corre el riesgo de perder sus ojos y sus oídos, caer en la trampa que sacrifica derechos ciudadanos por seguridad. Algunos de esos periodistas en riesgo, los afortunados que pueden escapar del peligro, vienen a esta ciudad arropados más por la densidad demográfica que por la solidaridad y conciencia de gremio.
No obstante las bondades que puede ofrecer al periodismo esta Ciudad de México,  capital capital del país, asiento y tránsito de 20 millones de mexicanos, aquí también hay pendientes para la prensa.
Comienzo con la TRANSPARENCIA: La cultura de la transparencia no es todavía un terreno ganado. Es más, retrocede frente a la tradición autoritaria de la política mexicana, que siempre busca la manera de alejar de los ojos ciudadanos información indispensable para cortar las cabezas de la impunidad y la corrupción en todos los ámbitos. Los informes y expedientes judiciales son un ejemplo. En el país, gobiernos y políticos han confeccionado leyes e institutos de transparencia a modo, para impedir que la información fluya, que la prensa acceda a ella. Y la corrupción se ampara en esas sombras.
Es fácil advertir las razones que han hecho tan difícil el tránsito de los mexicanos hacia una sociedad de la transparencia. Nadie en México estaba acostumbrado a rendir cuentas y todavía son pocos los periodistas que las piden. 
El IFAI y el Info DF son aún aliados ajenos para la mayoría de la prensa, que muy poco recurre a ellos. Mejor para los gobiernos que, curándose en salud, todavía se valen de cuanto pueden para enterrar información que debía ser pública, a menos que involucre la seguridad y la integridad de las personas, pero no de los gobiernos. Los gobiernos no tienen derecho a la privacidad porque están obligados a rendir cuentas a quienes los eligieron para representarlos, es decir, a los ciudadanos. Sin embargo, en un sistema político tan poco acostumbrado a abrirse de capa frente a los ciudadanos, todavía hay mucho que avanzar para derribar los “pudores” del poder. Pero que nos quede claro: la transparencia no vendrá nunca de la mano del poder, no es su esencia ni su tradición. Esa labor toca a la prensa y a los ciudadanos. Y más a la primera, que tiene como mandato de profesión ir tras todo aquello que el poder esconde.
PUBLICIDAD OFICIAL: Como en el ámbito federal, en los estados la publicidad para los medios sigue siendo un asunto atenazado por los vicios, las viejas prácticas y las torcidas relaciones entre la prensa y el poder. Hasta ahora, no ha habido un solo gobierno local en este país que se atreviera a dar el primer paso para reglamentar, transparentar, poner sobre la mesa el gasto y reparto de la publicidad –que por cierto no proviene de sus bolsillos, sino del presupuesto, esto es, del dinero de los ciudadanos. De modo que el tema no puede verse como un asunto de élite, un arreglo entre gobiernos en turno y empresas de medios. Es un tema público y como tal debe tratarse. Resolverlo no es cosa fácil. Sabemos de los intereses, las presiones, las componendas que rodean el gasto oficial de la publicidad. Aunque nadie lo admita sigue viva –más de lo que quisiéramos—aquella máxima por todos conocida: “No pago para que me peguen”. 
Por el lado de la prensa hay que admitir también las malas mañas, la práctica de “pegar para que paguen”. De modo que el círculo se cierra en estas costumbres --por llamarlas de algún modo-- en las que predominan dos actitudes principales: si no me das publicidad, te saco tus trapitos, en un uso faccioso de la información que no debería tener más inspiración que el interés público. Del otro lado, la lógica es: "como me pega, no le pago publicidad". Y así se alimenta un círculo vicioso que sólo logrará romperse, de nuevo, con la presión de medios con vocación democrática y aquí sí, con la voluntad política de un gobierno que entienda que la publicidad no es premio, sino garantía de pluralidad en la prensa. Y eso, sobre todo, lo esperamos de la izquierda. El tema es extenso y prefiero pasar a lo siguiente.
DERECHOS LABORALES: Otra vez el espacio federal en el que se pierden las responsabilidades locales. Otra vez la trampa en la que se debate el periodismo como una profesión de interés público que se ejerce desde el ámbito privado. Entonces, ¿a quién corresponde vigilar las garantías mínimas laborales de los periodistas? Sabemos que al gobierno federal corresponde la política laboral de este país, pero también sabemos que hay márgenes suficientes de actuación para favorecer condiciones de trabajo de los periodistas y quienes trabajan en los medios en esta ciudad. La lista de pendientes en la materia es larga y ya tan urgente que progresivamente va dejando atrás el halo de tabú.
Así como la violencia nos ha obligado a hablar de la falta de condiciones de seguridad para la prensa, así como de las malas prácticas periodísticas que persisten y ponen en riesgo la integridad de quienes incurren en ellas, así también las condiciones laborales poco a poco van tomando su lugar en la mesa de discusión, porque la seguridad en el empleo es al mismo tiempo seguridad en el ejercicio del periodismo. Para ello, sin embargo, los periodistas necesitaremos aliados dispuestos a dar la batalla en favor de una prensa profesional, fortalecida, con condiciones y retribuciones dignas para cumplir su labor y devolverle la dignidad. Los reporteros, sobre todo aquellos que trabajan en zonas de riesgo, necesitan seguridad. A cambio, deberán comprometerse socialmente a ser cada día mejores profesionales, deberán convencer a los ciudadanos de que merecen el reconocimiento que ahora es moneda de regateo, y a veces con razón. 
El nuestro no es un trabajo de ocho horas y cinco días a la semana, lo sabemos, y no por ello merece mejores condiciones que el resto de los trabajadores de este país. Se trata, simplemente, de que el periodista, el buen periodista, el buen reportero, aquel que forma parte de una prensa robusta y sana, siempre es garantía para el ejercicio de ciudadanía. Allí donde no hay una prensa sana, no hay democracia plena. 
En esta materia laboral preocupa la desprotección de los free lance, la falta de apoyo institucional para las mujeres trabajadoras de los medios, la ausencia de mecanismos que vigilen las condiciones laborales en los medios y las prácticas abusivas de este nuevo esquema multimedios que actualmente impera. Quizá podamos comenzar por establecer guarderías para las mujeres periodistas. Éste sería un buen principio, independiente de la voluntad federal.
UN PERIODISMO DE CIUDAD DE PRIMERA DIVISIÓN: Hace menos de 15 años, cuando esta ciudad era mero traspatio del poder federal, había apenas unas cuantas páginas de diarios dedicadas a los boletines que emitían –imagínense ustedes— las delegaciones y la regencia del Departamento del Distrito Federal. Ni pensar en una prensa de ciudad, en la profesionalización de los periodistas urbanos. Hoy, sin embargo, no hay pretexto. Ya tenemos detrás una historia de trabajo, de especialización: grandes crónicas, excelentes reportajes, entrevistas y notas que han pesando en las decisiones políticas. Es hora, por ello, de que la ciudad rescate su propia memoria periodística, que los reporteros de ciudad asuman con todo el orgullo la especialización en temas urbanos, que la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y todas aquellas instancias interesadas en el tema abran los espacios para la profesionalización y capacitación continua de quienes cada día recorren las calles de esta ciudad en busca de sus historias, de sus noticias. Y, otra vez, toca a los reporteros, a los periodistas y fotoreporteros de la ciudad de México renovar su pacto con los ciudadanos, comprometerse con sus urgencias, sus problemas, sus demandas, pero rebasar los límites de la costumbre, de la práctica fácil que nos conforma con notas de denuncia, crónicas sin alma ni ambición, reportajes que llenan páginas pero cumplen con los estándares de la calidad periodística. Dejo sobre la mesa la propuesta de abrir ese espacio de estudio, reflexión, recuperación de la memoria periodística de esta ciudad, que debería además treparse ya a las novedades del periodismo ciudadano, a dispersar y difundir la cultura de la información, la práctica de este derecho y de la libre expresión. Para el periodismo no queda mucho de donde elegir. El único camino que tiene por delante para su supervivencia es la profesionalización, la distancia frente al poder y el acercamiento con los ciudadanos. Los periodistas de a pie caminan a lado de éstos, a una distancia sana del poder, quizá en paralelo, pero nunca por la misma ruta. Por eso, de un gobierno democrático esperamos respeto mutuo y condiciones institucionales para cumplir la responsabilidad social del periodismo. Pero toca nada más que a los periodistas devolverse a sí mismos el orgullo de este oficio.
Por último, los periodistas del país, de los estados donde la violencia ha generado silencio, requieren hoy más que nunca del respaldo de esta ciudad, de sus medios y compañeros de oficio. La organización, la participación, es más que nunca indispensable. Y no sólo para garantía de la seguridad de los periodistas, sino para asegurarle a este país y a sus ciudadanos, una prensa responsable, profesional y comprometida.

*Texto leído en el foro sobre libertad de expresión que organizó la Comisión de Derechos Humanos del DF.

jueves, 15 de abril de 2010

¿Hasta cuándo?

Volvemos al tema del narcotráfico. Han transcurrido ya dos semanas desde el debate que despertó el encuentro de Julio Scherer y el Mayo Zambada y el tema sigue enredado en la evaluación moral y ética, cuando no en las pasiones que cada uno de los involucrados -- más el primero que el segundo-- despiertan. Esperábamos, sin embargo, una reacción posterior que pusiera sobre la mesa el asunto que realmente importa para la prensa: la cobertura periodística de violencia y el narcotráfico. Pero no ha sido así y es una lástima. De a poco se va diluyendo la coyuntura que obligaba la reflexión: ¿la prensa ha cumplido con los ciudadanos en la cobertura del narcotráfico y la violencia? ¿Qué papel están desempeñando los medios en este escenario? Muy pocos han abordado el tema. Entre ellos, recientemente, Raymundo Riva Palacio en el periódico El País, que en los dos últimos párrafos de su texto señala el vacío, la falta en que hemos incurrido todos los involucrados en el periodismo. El problema es que la violencia cotidiana avanza, el crimen organizado transmuta, se hace más sofistica en sus operaciones, mientras la prensa enfrenta los hechos con las más básicas herramientas y los recursos más anquilosados: la declaración, la filtración, la versión oficial, el conteo sin ton ni son de muertos, decomisos, enfrentamientos...  Mientras la realidad se vuelve cada día más compleja, la prensa, los medios, exhiben toda su simplicidad en los recursos que ponen a disposición de los ciudadanos para que se cumpla en México el derecho de información.
El problema es complejo, difícil de abordar en todos sus ángulos, pero allá afuera hay una sociedad que necesita información, la exija o no, y frente a la cual la prensa tiene una responsabilidad ineludible, quizá como nunca antes desde los tiempos de la guerra sucia o de la inacabada transición democrática. Hoy más que nunca la prensa debería tomar partido por los ciudadanos y caminar en avanzada, pues por encima de intereses personales, empresariales, políticos, está en juego la integridad de un país que ya ni siquiera levanta un ceja de sorpresa y prefiere mirar hacia dramas más fáciles de digerir. Pero los ciudadanos no son los únicos. ¿En cuántas redacciones se despierta de vez en cuando el azoro, la indignación, las ganas de hacer algo diferente para explicar a los ciudadanos lo que ocurre en cada vez más ciudades?
Me cuentan de la experiencia colombiana, de la historia conocida de Guillermo Cano al frente del periódico El Espectador, quien murió víctima de Pablo Escobar. Me hablan de anécdotas de los Orejuela, quienes incluso se hicieron de un vocero, un periodista de mala fama que les sirvió en su estrategia de prensa. Escucho las experiencias de Perú frente a Sendero Luminoso y la decisión colectiva de los dueños de los medios de minimizar los actos de violencia de este grupo, arrinconando la información de sus ataques en las últimas páginas de lo periódicos y dedicándoles acaso un minuto en el último bloque de los noticiarios. Me dicen el periodista Carlos Paredes que de nada sirvió; que, al contrario, se recrudecieron los ataques y se hizo de Abimael Guzmán un mito... Dice con orgullo que de a poco los periodistas se fueron desprendiendo del miedo y del control del gobierno para hacer lo que les toca: investigar, dar noticia. En fin, sobre la mesa están las experiencias de otros, que no son nuestras pero sirven para reflexionar, para pensar hacia dónde transitarán la prensa, los medios y los periodistas.
El camino, lo sabemos, es el filo de una navaja, pero ha llegado el momento de emprenderlo, de retomar el periodismo de investigación en nuestras redacciones, de imaginar nuevas coberturas, profesionales, responsables, de ocuparnos y cumplir en serio nuestra responsabilidad y compromiso... Tarde o temprano habrá que pagar factura por lo que hicimos o dejamos de hacer, tanto periodistas como medios.    Si en este momento no cambia el periodismo, difícilmente lo hará en el futuro y difícilmente tendrá un futuro más allá del entretenimiento. Pero entonces ya no será periodismo.

lunes, 5 de abril de 2010

En defensa del reportero

Hace años que su propio nombre opaca su labor. Quizá desde aquel 8 de julio de 1976, fecha emblemática de un deseo más que de una realidad: la independencia de la prensa frente al poder . Desde entonces, Julio Scherer es un mito que alimentan por igual sus detractores y sus defensores, a veces incondicionales por igual unos y otros. Hoy su nombre, más que su trayectoria periodística, vuelve a enfrentarlos, luego de la publicación de la entrevista en Proceso con el Mayo Zambada, el narcotraficante con quien aparece el periodista en una fotografía de portada. Y de inmediato el juicio, a favor o en contra. Rechifla y aplauso. ¿Cualquier otro periodista hubiera despertado una reacción de tal magnitud? Lo dudo.
En el transcurso de las horas abultan el debate argumentos de ética periodística, cuestionamientos sobre la pertinencia y el valor de la entrevista, hasta sus motivos y fines: que si le dio voz a un delincuente, que si se exhibió y dejó abrazar por un asesino, que si lo utilizaron como portavoz del narco. Al santón del periodismo, que muchos reclaman hombre, se le exige no pisar la tierra, no bajar al infierno. ¿Cómo se atreve Scherer --no el periodista, no el reportero-- a hablar con el enemigo si estamos en guerra? Así de nuevo la exigencia de santidad al apellido que atrae tantos afanes en contra.
A Scherer hoy se piden cuentas por incurrir en el pecado de la curiosidad periodística, por sentirse siempre atraído por el laado oscuro de los hombres. Una vez me dijo Miguel Ángel Granados Chapa: "A don Julio le atraen el mal y los malos". Por esa incredulidad, o impertinencia, hoy el periodismo mexicano cuenta entre sus páginas su encuentro con Pinochet --otro malo bien malo, otro asesino, ¿no?--, sus entrevistas con Zorrilla --asesino de un periodista--, sus conversaciones con los artífices de la represión estudiantil del 68 --que mataron a muchos, tantos, que ni siquiera sabemos cuántos--. Muchos han celebrado esos trabajos sin cuestionar entonces la mácula sobre su oficio. Los malos existen y hay que mirarlos a la cara, hay que hasblar con ellos. Quizá por que cada vez son menos los reporteros que se atreven, a todos nos cuesta más trabajo reconocerlos. Y entonces nos sentamos a la mesa con ellos, comemos en su mesa, les damos la mano, y no precisamente con fines periodismo. Al final, peores pecados conocemos del periodismo y los periodistas mexicanos. ¿O no? Su afición al poder, antes político y ahora económico. Sus silencios cómplices, de antes y ahora. Su gusto por acomodarse a modo en lugares bien dispuestos para ejercer a salvo el periodismo detrás de una vitrina. La debilidad frente a la halago fácil que alimenta egos apenas sostenidos por unos minutos, a veces una págnas de fama.
Mucho habrá que cuestionar de Scherer, sin duda. Pero no su oficio. Un oficio que apasiona, por lo visto, a cada vez menos "periodistas", quienes han elegido "opinar" sobre la realidad, antes que narrarla, antes que exponerse a ella sin más artificios que las herramientas del reportero. Por eso, en medio de tanta bulla quedan a un lado los motivos del periodista. Mejor, del reportero: la noticia. Y la entrevista con Zambada es noticia. Si no, nadie hablaría de ella. Pasaría al cesto de la basura como pasan cada vez más rápido "las noticias" en este país, confundidas ahora con subproductos como las declaraciones o las filtraciones. Pocos producen y muchos difunden. El periodismo, para desgracia de la sociedad mexicana, depende cada vez más de las eventualidades que del trabajo constante y silencioso de los reporteros. Acostumbrados a la sequía periodística, nos ahogan las exclusivas rotundas, las cuestionamos por no venir de la mano o con la venia del poder.
Las reacciones en torno de la entrevista de Scherer con Zambada son una expresión más del desprecio a la más importante de las tareas periodísticas: el reporteo, porque el periodismo de academia, de pantalla, micrófono y columna, no admite competencia en un terreno que no conoce: la calle, la vida real con sus tentaciones, sus miserias, sus bondades y violencias, sus buenos y malos, que son al fin y al cabo dos caras de una misma humanidad.
Hoy reclaman a Scherer hablar con el capo que dirige un cartel que seguramente ha matado, intimidado y comprado periodistas. ¿Le piden cuentas a Scherer o al reportero? Porque yo, al menos, no he escuchado la indgnación de esas voces cada vez que asesinan a un reportero. No he visto a la prensa en su conjunto, a los medios todos, mirarse frente a su propio espejo y admitir que no hay ángeles ni demonios: sólo periodismo, bueno y malo.

jueves, 11 de febrero de 2010

A veces vale la pena dejar nuestro lugar a otros...

...Y luego de leer esta columna que me llegó por "feisbuc", no puedo más que extenderla sobre esta mesa que comparto con ustedes y dejarlos en mejor compañía... ¿Habrá acaso alguien en nuestras redacciones que viva cada día construyéndose la inmortalidad sobre el piedra frágil y delicada del respeto? Que disfruten este texto como yo lo he disfrutado...


Tomás

Por Martín Caparrós


"¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo nos hemos despedido?”.

Son versos, son de Borges, encabezan el primer gran libro de Tomás Eloy Martínez. En la página inicial de Lugar común la muerte resuena la pregunta: ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo nos hemos despedido? ¿Quién será el que se ha muerto ahora que, muerto, les ha quedado a los vivos? ¿Quién será aquel que fue, ya ajeno de sí mismo?

Morir es entregarse. Los muertos se hacen nuestros: los hacemos. Nosotros, los provisoriamente vivos, hilamos una vida sin saber que la hilamos, como quien se distrae –“yo vivo, yo me dejo vivir, para que él trame su literatura…”–, y esa vida se va haciendo relato sin querer: un relato donde a veces influimos más que otras, tallando marcas, sembrando materiales. Hasta que, al fin, el día más pensado, nos volvemos tan poco, cajita de cenizas: construcción de los otros. Morirse es, también, convertirse en un cuento que otros van tejiendo. ¿Quién nos dirá de quién, y quién será el que era? Mi maestro Tomás se murió hace unos días.

Lo hemos llorado, lo hemos saludado, le hemos dicho que lo vamos a extrañar –y es tristemente cierto. Tomás era cariñoso, pícaro, generoso, malévolo. Tomás era absolutamente querible, interesante, culto, atento a sus amigos: uno de esos raros grandes conversadores que no se olvidan de hacer preguntas y escuchar respuestas. Tenía un arte del relato oral que envidiaría cualquier tía solterona, y le gustaba tanto charlar de libros como de chismes, de política y películas como de bueyes muy perdidos; contaba chistes malos. Y, sobre todo, le interesaban con pasión los hombres y mujeres, las historias. Ahora se ha vuelto, finalmente, una.

Me gusta pensar que le interesaría ese pasaje: que podría, como solía, reírse, sorprenderse, enfurecerse incluso escuchando lo que empieza a ser. Él, que lo hizo con otros muertos, con grandes muertos de la patria: él, que inventó algunas de las formas más precisas de Juan Domingo Perón, de Eva Perón –y tantos otros. Nada le gustaba más que recordar cómo ciertos episodios que imaginó para Perón en su Novela, para Evita en su Santa eran citados aquí y allá como historia verdadera. A mí me gusta recordarlo así: como un gran inventor de historias verdaderas. Cualquiera inventa historias; es muy difícil inventar historias verdaderas.

(Este martes, al lado de la lluvia, su cuerpo muerto tronaba en medio de la sala y en un rincón, en una mesa, descansaban sus libros. A las dos de la tarde unos señores se llevaron el cuerpo; los libros se quedaron. Sólo la realidad puede hacer metáforas tan malas; Tomás la habría tachado o mejorado. Pero es cierto que, de ahora en más, él va a ser, sobre todo, esas historias verdaderas que inventó.)

Tomás empezó a escribir en serio en la Argentina de los años sesentas. Era un gran periodista, jefe de redacción de una de las mejores revistas argentinas, donde cada nota era obsesivamente reescrita para que mantuviera el estilo de un autor colectivo que se llamaba Primera Plana –y donde nadie creía que los lectores fueran a asustarse frente a páginas rebosantes de letras porque en esos días todos –periodistas y lectores– se creían gente inteligente. En medio de esos alardes –de esas facilidades, diría alguna vez–, Tomás Eloy Martínez se buscaba.

Empezó a encontrarse en esa mezcla de historia y ficción en que tanto la ficción como la historia se mejoran. Si el nuevo periodismo –entonces nuevo– consistía en retomar ciertos procedimientos de la narrativa de ficción para contar la no ficción, él se apropió lo más granado del momento. Sus crónicas fueron un raro encuentro entre Borges y García Márquez: sus frases tomaron préstamos del ciego, sus climas del realismo mágico. Y, muy pronto, consiguió lo más difícil de alcanzar: un estilo –una música, ritmos, una textura de la prosa.

Tomás –como muchos de los mejores– se pasó muchos años escribiendo, de alguna forma, el mismo texto. Ya en Lugar Común anunciaba su intento: “Debo acaso explicarme: las circunstancias a que aluden estos fragmentos son veraces; recurrí a fuentes tan dispares como el testimonio personal, las cartas, las estadísticas, los libros de memorias, las noticias de los periódicos y las investigaciones de los historiadores. Pero los sentimientos y atenciones que les deparé componen una realidad que no es la de los hechos sino que corresponde, más bien, a los diversos humores de la escritura. ¿Cómo afirmar sin escrúpulos de conciencia que esa otra realidad no los altera?”.

Con ese programa, contra la práctica notarial del periodismo chato, escribió sus crónicas de entonces y, obstinado, entusiasta, ligeramente escéptico, creyente, sus dos libros más celebrados, los Perón. Donde terminó de romper los límites entre ficción y realidad, porque entendió que la realidad puede comunicarse mejor con la dosis necesaria de ficción, y la ficción se enriquece con su parte de realidad –y que esa mezcla desafía al lector, lo obliga a no creer, lo convierte en un cómplice activo. Fue su consagración o, dicho de otra manera, su hallazgo de sí mismo. Desde entonces se pasó dos décadas fecundas componiendo una Argentina que –vaga, complaciente– aceptó ser la que él contaba. Tomás, mientras tanto, se dejaba vivir, gozaba de la vida, sufría de la vida –y escribía escribía escribía más.

He conocido a pocos tan ferozmente escritores. Hace unos años, cuando leí su despedida de su mujer, Susana Rotker, me impresionó que, en medio de tal dolor, pudiera escribir esas palabras. Hace unos días, la última vez que nos vimos, me dijo que, contra la enfermedad, seguía escribiendo, y entendí cómo una metáfora gastada puede volverse realidad: escribía porque era la única forma en que sabía vivir, porque escribir era seguir viviendo.

Ahora, ya desembarazado de la obligación de ser real –esa torpe necesidad de comer, querer, ganarse el sueldo, elegir la camisa–, será puro relato. Por eso ya no importa quién era aquel Martínez. Importará, de ahora en más, cómo lo hacemos: ¿quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo nos hemos despedido?

Todo texto es fatalmente autobiográfico, pero las columnas de prensa no tienen por qué convertirse en un confesionario. Si traiciono esa ley de hierro es porque no me perdonaría jamás seguir adelante sin decir todo lo que le debo”, escribió Tomás alguna vez. Hace muchos años le dediqué mi primer libro de crónicas. Ayer encontré, doblado dentro de mi ejemplar de Lugar común la muerte, Caracas, 1978, el papelito donde había ensayado esa dedicatoria: “Porque/ si no hubiera sido por aquel Lugar Común,/ jamás me habría atrevido/ a suponer este libro./ Gracias”. Otros harán otros Tomás; yo seguiré escribiendo, en cada texto, acechado por mis limitaciones, éste: el que nos permitió escribir lo que escribimos, el que nos inventó. Por eso me gusta pensar que leería estas líneas con su sonrisa pícara, con el brillo guasón de sus ojitos claros, y me diría que no he inventado suficiente. Tiene razón, maestro. Denos tiempo. Total, por fin, ya no lo apura ningún cierre.