Día de la Libertad de Prensa
Para Mónica González, periodista de una pieza y ejemplo de Periodistas de a Pie
Frente a las circunstancias que actualmente enfrentan periodistas, fotoperiodistas y hasta voceadores en casi todos los estados del país, qué alivio saber que hoy nos reunimos en la Ciudad de México para reflexionar, que no celebrar, el Día de la Libertad de Prensa.
Esta ciudad, para desgracia del país, se ha convertido en un pequeño territorio de refugio para los periodistas. Una burbuja, creemos algunos, segura pero frágil en el escenario nacional. Por el momento, a esta capital llegan en su huida muchos de los compañeros obligados a salir de sus estados por amenazas y violencia. Ahí está el caso de periodistas de Guerrero y Morelos, amenazados –ya no sabemos por quién-- y obligados a abandonar su vida, su labor en los momentos que su sociedad más los necesita. Conocemos el caso de Tamaulipas, donde siguen desaparecidos periodistas secuestrados entre finales de febrero y principios de marzo. O de Veracruz, donde seguimos sin noticias de Evaristo Ortega.
El mapa de la agresiones se amplía cada vez más y sobra una nueva geografía nacional: el silencio. En regiones enteras de este país la prensa ha debido y dicidido renunciar a su labor, a su responsabilidad social, a falta de condiciones para llevar adelante el periodismo, a costa del sacrificio de un derecho indispensable en los tiempos que corren: el derecho a la información. Este país, sin periodistas que de verdad lo sean, corre el riesgo de perder sus ojos y sus oídos, caer en la trampa que sacrifica derechos ciudadanos por seguridad. Algunos de esos periodistas en riesgo, los afortunados que pueden escapar del peligro, vienen a esta ciudad arropados más por la densidad demográfica que por la solidaridad y conciencia de gremio.
No obstante las bondades que puede ofrecer al periodismo esta Ciudad de México, capital capital del país, asiento y tránsito de 20 millones de mexicanos, aquí también hay pendientes para la prensa.
Comienzo con la TRANSPARENCIA: La cultura de la transparencia no es todavía un terreno ganado. Es más, retrocede frente a la tradición autoritaria de la política mexicana, que siempre busca la manera de alejar de los ojos ciudadanos información indispensable para cortar las cabezas de la impunidad y la corrupción en todos los ámbitos. Los informes y expedientes judiciales son un ejemplo. En el país, gobiernos y políticos han confeccionado leyes e institutos de transparencia a modo, para impedir que la información fluya, que la prensa acceda a ella. Y la corrupción se ampara en esas sombras.
Es fácil advertir las razones que han hecho tan difícil el tránsito de los mexicanos hacia una sociedad de la transparencia. Nadie en México estaba acostumbrado a rendir cuentas y todavía son pocos los periodistas que las piden.
El IFAI y el Info DF son aún aliados ajenos para la mayoría de la prensa, que muy poco recurre a ellos. Mejor para los gobiernos que, curándose en salud, todavía se valen de cuanto pueden para enterrar información que debía ser pública, a menos que involucre la seguridad y la integridad de las personas, pero no de los gobiernos. Los gobiernos no tienen derecho a la privacidad porque están obligados a rendir cuentas a quienes los eligieron para representarlos, es decir, a los ciudadanos. Sin embargo, en un sistema político tan poco acostumbrado a abrirse de capa frente a los ciudadanos, todavía hay mucho que avanzar para derribar los “pudores” del poder. Pero que nos quede claro: la transparencia no vendrá nunca de la mano del poder, no es su esencia ni su tradición. Esa labor toca a la prensa y a los ciudadanos. Y más a la primera, que tiene como mandato de profesión ir tras todo aquello que el poder esconde.
PUBLICIDAD OFICIAL: Como en el ámbito federal, en los estados la publicidad para los medios sigue siendo un asunto atenazado por los vicios, las viejas prácticas y las torcidas relaciones entre la prensa y el poder. Hasta ahora, no ha habido un solo gobierno local en este país que se atreviera a dar el primer paso para reglamentar, transparentar, poner sobre la mesa el gasto y reparto de la publicidad –que por cierto no proviene de sus bolsillos, sino del presupuesto, esto es, del dinero de los ciudadanos. De modo que el tema no puede verse como un asunto de élite, un arreglo entre gobiernos en turno y empresas de medios. Es un tema público y como tal debe tratarse. Resolverlo no es cosa fácil. Sabemos de los intereses, las presiones, las componendas que rodean el gasto oficial de la publicidad. Aunque nadie lo admita sigue viva –más de lo que quisiéramos—aquella máxima por todos conocida: “No pago para que me peguen”.
Por el lado de la prensa hay que admitir también las malas mañas, la práctica de “pegar para que paguen”. De modo que el círculo se cierra en estas costumbres --por llamarlas de algún modo-- en las que predominan dos actitudes principales: si no me das publicidad, te saco tus trapitos, en un uso faccioso de la información que no debería tener más inspiración que el interés público. Del otro lado, la lógica es: "como me pega, no le pago publicidad". Y así se alimenta un círculo vicioso que sólo logrará romperse, de nuevo, con la presión de medios con vocación democrática y aquí sí, con la voluntad política de un gobierno que entienda que la publicidad no es premio, sino garantía de pluralidad en la prensa. Y eso, sobre todo, lo esperamos de la izquierda. El tema es extenso y prefiero pasar a lo siguiente.
DERECHOS LABORALES: Otra vez el espacio federal en el que se pierden las responsabilidades locales. Otra vez la trampa en la que se debate el periodismo como una profesión de interés público que se ejerce desde el ámbito privado. Entonces, ¿a quién corresponde vigilar las garantías mínimas laborales de los periodistas? Sabemos que al gobierno federal corresponde la política laboral de este país, pero también sabemos que hay márgenes suficientes de actuación para favorecer condiciones de trabajo de los periodistas y quienes trabajan en los medios en esta ciudad. La lista de pendientes en la materia es larga y ya tan urgente que progresivamente va dejando atrás el halo de tabú.
Así como la violencia nos ha obligado a hablar de la falta de condiciones de seguridad para la prensa, así como de las malas prácticas periodísticas que persisten y ponen en riesgo la integridad de quienes incurren en ellas, así también las condiciones laborales poco a poco van tomando su lugar en la mesa de discusión, porque la seguridad en el empleo es al mismo tiempo seguridad en el ejercicio del periodismo. Para ello, sin embargo, los periodistas necesitaremos aliados dispuestos a dar la batalla en favor de una prensa profesional, fortalecida, con condiciones y retribuciones dignas para cumplir su labor y devolverle la dignidad. Los reporteros, sobre todo aquellos que trabajan en zonas de riesgo, necesitan seguridad. A cambio, deberán comprometerse socialmente a ser cada día mejores profesionales, deberán convencer a los ciudadanos de que merecen el reconocimiento que ahora es moneda de regateo, y a veces con razón.
El nuestro no es un trabajo de ocho horas y cinco días a la semana, lo sabemos, y no por ello merece mejores condiciones que el resto de los trabajadores de este país. Se trata, simplemente, de que el periodista, el buen periodista, el buen reportero, aquel que forma parte de una prensa robusta y sana, siempre es garantía para el ejercicio de ciudadanía. Allí donde no hay una prensa sana, no hay democracia plena.
En esta materia laboral preocupa la desprotección de los free lance, la falta de apoyo institucional para las mujeres trabajadoras de los medios, la ausencia de mecanismos que vigilen las condiciones laborales en los medios y las prácticas abusivas de este nuevo esquema multimedios que actualmente impera. Quizá podamos comenzar por establecer guarderías para las mujeres periodistas. Éste sería un buen principio, independiente de la voluntad federal.
UN PERIODISMO DE CIUDAD DE PRIMERA DIVISIÓN: Hace menos de 15 años, cuando esta ciudad era mero traspatio del poder federal, había apenas unas cuantas páginas de diarios dedicadas a los boletines que emitían –imagínense ustedes— las delegaciones y la regencia del Departamento del Distrito Federal. Ni pensar en una prensa de ciudad, en la profesionalización de los periodistas urbanos. Hoy, sin embargo, no hay pretexto. Ya tenemos detrás una historia de trabajo, de especialización: grandes crónicas, excelentes reportajes, entrevistas y notas que han pesando en las decisiones políticas. Es hora, por ello, de que la ciudad rescate su propia memoria periodística, que los reporteros de ciudad asuman con todo el orgullo la especialización en temas urbanos, que la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y todas aquellas instancias interesadas en el tema abran los espacios para la profesionalización y capacitación continua de quienes cada día recorren las calles de esta ciudad en busca de sus historias, de sus noticias. Y, otra vez, toca a los reporteros, a los periodistas y fotoreporteros de la ciudad de México renovar su pacto con los ciudadanos, comprometerse con sus urgencias, sus problemas, sus demandas, pero rebasar los límites de la costumbre, de la práctica fácil que nos conforma con notas de denuncia, crónicas sin alma ni ambición, reportajes que llenan páginas pero cumplen con los estándares de la calidad periodística. Dejo sobre la mesa la propuesta de abrir ese espacio de estudio, reflexión, recuperación de la memoria periodística de esta ciudad, que debería además treparse ya a las novedades del periodismo ciudadano, a dispersar y difundir la cultura de la información, la práctica de este derecho y de la libre expresión. Para el periodismo no queda mucho de donde elegir. El único camino que tiene por delante para su supervivencia es la profesionalización, la distancia frente al poder y el acercamiento con los ciudadanos. Los periodistas de a pie caminan a lado de éstos, a una distancia sana del poder, quizá en paralelo, pero nunca por la misma ruta. Por eso, de un gobierno democrático esperamos respeto mutuo y condiciones institucionales para cumplir la responsabilidad social del periodismo. Pero toca nada más que a los periodistas devolverse a sí mismos el orgullo de este oficio.
Por último, los periodistas del país, de los estados donde la violencia ha generado silencio, requieren hoy más que nunca del respaldo de esta ciudad, de sus medios y compañeros de oficio. La organización, la participación, es más que nunca indispensable. Y no sólo para garantía de la seguridad de los periodistas, sino para asegurarle a este país y a sus ciudadanos, una prensa responsable, profesional y comprometida.
*Texto leído en el foro sobre libertad de expresión que organizó la Comisión de Derechos Humanos del DF.
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