Volvemos al tema del narcotráfico. Han transcurrido ya dos semanas desde el debate que despertó el encuentro de Julio Scherer y el Mayo Zambada y el tema sigue enredado en la evaluación moral y ética, cuando no en las pasiones que cada uno de los involucrados -- más el primero que el segundo-- despiertan. Esperábamos, sin embargo, una reacción posterior que pusiera sobre la mesa el asunto que realmente importa para la prensa: la cobertura periodística de violencia y el narcotráfico. Pero no ha sido así y es una lástima. De a poco se va diluyendo la coyuntura que obligaba la reflexión: ¿la prensa ha cumplido con los ciudadanos en la cobertura del narcotráfico y la violencia? ¿Qué papel están desempeñando los medios en este escenario? Muy pocos han abordado el tema. Entre ellos, recientemente, Raymundo Riva Palacio en el periódico El País, que en los dos últimos párrafos de su texto señala el vacío, la falta en que hemos incurrido todos los involucrados en el periodismo. El problema es que la violencia cotidiana avanza, el crimen organizado transmuta, se hace más sofistica en sus operaciones, mientras la prensa enfrenta los hechos con las más básicas herramientas y los recursos más anquilosados: la declaración, la filtración, la versión oficial, el conteo sin ton ni son de muertos, decomisos, enfrentamientos... Mientras la realidad se vuelve cada día más compleja, la prensa, los medios, exhiben toda su simplicidad en los recursos que ponen a disposición de los ciudadanos para que se cumpla en México el derecho de información.
El problema es complejo, difícil de abordar en todos sus ángulos, pero allá afuera hay una sociedad que necesita información, la exija o no, y frente a la cual la prensa tiene una responsabilidad ineludible, quizá como nunca antes desde los tiempos de la guerra sucia o de la inacabada transición democrática. Hoy más que nunca la prensa debería tomar partido por los ciudadanos y caminar en avanzada, pues por encima de intereses personales, empresariales, políticos, está en juego la integridad de un país que ya ni siquiera levanta un ceja de sorpresa y prefiere mirar hacia dramas más fáciles de digerir. Pero los ciudadanos no son los únicos. ¿En cuántas redacciones se despierta de vez en cuando el azoro, la indignación, las ganas de hacer algo diferente para explicar a los ciudadanos lo que ocurre en cada vez más ciudades?
Me cuentan de la experiencia colombiana, de la historia conocida de Guillermo Cano al frente del periódico El Espectador, quien murió víctima de Pablo Escobar. Me hablan de anécdotas de los Orejuela, quienes incluso se hicieron de un vocero, un periodista de mala fama que les sirvió en su estrategia de prensa. Escucho las experiencias de Perú frente a Sendero Luminoso y la decisión colectiva de los dueños de los medios de minimizar los actos de violencia de este grupo, arrinconando la información de sus ataques en las últimas páginas de lo periódicos y dedicándoles acaso un minuto en el último bloque de los noticiarios. Me dicen el periodista Carlos Paredes que de nada sirvió; que, al contrario, se recrudecieron los ataques y se hizo de Abimael Guzmán un mito... Dice con orgullo que de a poco los periodistas se fueron desprendiendo del miedo y del control del gobierno para hacer lo que les toca: investigar, dar noticia. En fin, sobre la mesa están las experiencias de otros, que no son nuestras pero sirven para reflexionar, para pensar hacia dónde transitarán la prensa, los medios y los periodistas.
El camino, lo sabemos, es el filo de una navaja, pero ha llegado el momento de emprenderlo, de retomar el periodismo de investigación en nuestras redacciones, de imaginar nuevas coberturas, profesionales, responsables, de ocuparnos y cumplir en serio nuestra responsabilidad y compromiso... Tarde o temprano habrá que pagar factura por lo que hicimos o dejamos de hacer, tanto periodistas como medios. Si en este momento no cambia el periodismo, difícilmente lo hará en el futuro y difícilmente tendrá un futuro más allá del entretenimiento. Pero entonces ya no será periodismo.
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