Hace años que su propio nombre opaca su labor. Quizá desde aquel 8 de julio de 1976, fecha emblemática de un deseo más que de una realidad: la independencia de la prensa frente al poder . Desde entonces, Julio Scherer es un mito que alimentan por igual sus detractores y sus defensores, a veces incondicionales por igual unos y otros. Hoy su nombre, más que su trayectoria periodística, vuelve a enfrentarlos, luego de la publicación de la entrevista en Proceso con el Mayo Zambada, el narcotraficante con quien aparece el periodista en una fotografía de portada. Y de inmediato el juicio, a favor o en contra. Rechifla y aplauso. ¿Cualquier otro periodista hubiera despertado una reacción de tal magnitud? Lo dudo.
En el transcurso de las horas abultan el debate argumentos de ética periodística, cuestionamientos sobre la pertinencia y el valor de la entrevista, hasta sus motivos y fines: que si le dio voz a un delincuente, que si se exhibió y dejó abrazar por un asesino, que si lo utilizaron como portavoz del narco. Al santón del periodismo, que muchos reclaman hombre, se le exige no pisar la tierra, no bajar al infierno. ¿Cómo se atreve Scherer --no el periodista, no el reportero-- a hablar con el enemigo si estamos en guerra? Así de nuevo la exigencia de santidad al apellido que atrae tantos afanes en contra.
A Scherer hoy se piden cuentas por incurrir en el pecado de la curiosidad periodística, por sentirse siempre atraído por el laado oscuro de los hombres. Una vez me dijo Miguel Ángel Granados Chapa: "A don Julio le atraen el mal y los malos". Por esa incredulidad, o impertinencia, hoy el periodismo mexicano cuenta entre sus páginas su encuentro con Pinochet --otro malo bien malo, otro asesino, ¿no?--, sus entrevistas con Zorrilla --asesino de un periodista--, sus conversaciones con los artífices de la represión estudiantil del 68 --que mataron a muchos, tantos, que ni siquiera sabemos cuántos--. Muchos han celebrado esos trabajos sin cuestionar entonces la mácula sobre su oficio. Los malos existen y hay que mirarlos a la cara, hay que hasblar con ellos. Quizá por que cada vez son menos los reporteros que se atreven, a todos nos cuesta más trabajo reconocerlos. Y entonces nos sentamos a la mesa con ellos, comemos en su mesa, les damos la mano, y no precisamente con fines periodismo. Al final, peores pecados conocemos del periodismo y los periodistas mexicanos. ¿O no? Su afición al poder, antes político y ahora económico. Sus silencios cómplices, de antes y ahora. Su gusto por acomodarse a modo en lugares bien dispuestos para ejercer a salvo el periodismo detrás de una vitrina. La debilidad frente a la halago fácil que alimenta egos apenas sostenidos por unos minutos, a veces una págnas de fama.
Mucho habrá que cuestionar de Scherer, sin duda. Pero no su oficio. Un oficio que apasiona, por lo visto, a cada vez menos "periodistas", quienes han elegido "opinar" sobre la realidad, antes que narrarla, antes que exponerse a ella sin más artificios que las herramientas del reportero. Por eso, en medio de tanta bulla quedan a un lado los motivos del periodista. Mejor, del reportero: la noticia. Y la entrevista con Zambada es noticia. Si no, nadie hablaría de ella. Pasaría al cesto de la basura como pasan cada vez más rápido "las noticias" en este país, confundidas ahora con subproductos como las declaraciones o las filtraciones. Pocos producen y muchos difunden. El periodismo, para desgracia de la sociedad mexicana, depende cada vez más de las eventualidades que del trabajo constante y silencioso de los reporteros. Acostumbrados a la sequía periodística, nos ahogan las exclusivas rotundas, las cuestionamos por no venir de la mano o con la venia del poder.
Las reacciones en torno de la entrevista de Scherer con Zambada son una expresión más del desprecio a la más importante de las tareas periodísticas: el reporteo, porque el periodismo de academia, de pantalla, micrófono y columna, no admite competencia en un terreno que no conoce: la calle, la vida real con sus tentaciones, sus miserias, sus bondades y violencias, sus buenos y malos, que son al fin y al cabo dos caras de una misma humanidad.
Hoy reclaman a Scherer hablar con el capo que dirige un cartel que seguramente ha matado, intimidado y comprado periodistas. ¿Le piden cuentas a Scherer o al reportero? Porque yo, al menos, no he escuchado la indgnación de esas voces cada vez que asesinan a un reportero. No he visto a la prensa en su conjunto, a los medios todos, mirarse frente a su propio espejo y admitir que no hay ángeles ni demonios: sólo periodismo, bueno y malo.
1 comentario:
Creo que todos los que se dicen periodistas encienden la mecha de la crítica autodestructiva por envidia, por que no tienen las agallas y se dicen críticos del sistema cuando están totalmente atrapados por éste. La muestra la palpas todos los días.
Reporteros, cuáles?, si sirven a un amo. No han entendido que somos peones, todos, de sus juegos en el tablero diario. Asi te creas el rey o la reina, el alfíl o la torre que avanza más rápido y no paso a paso como los peones, sigues siendo solo una pieza que es movida al intéres del jugador.
No nos engañemos, quien no quisiera esa entrevista en sus grabadoras.
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