Los periodistas llevamos dos días lamentándonos de lo que ocurre con la prensa en México. Particularmente de lo que sucede en Juárez con El Diario, el periódico más importante en aquella ciudad de la frontera, que ha tenido que renovar el moño negro en su portada por la muerte de Luis Carlos Santiago, el joven practicante, fotógrafo, asesinado el pasado 16 de septiembre.
Hasta el momento, sin embargo, no hemos podido articularnos en acciones concretas para expresar ese sentimiento compartido de indignación, impotencia, preocupación, que recorre las redes sociales. Pienso en las razones y llego a callejones sin salida que me llevan a los muros ya conocidos, es decir, las respuestas de siempre: los periodistas no estamos organizados, no hay una sola organización que nos represente o a la cual confiar nuestra representación, nos paraliza y desactiva la falta unidad, de identidad de grupo o gremio, como quieran llamarle, falta compromiso, etc, etc, etc.
Aunque todo lo anterior es verdad, también es cierto que lo mucho o poco que hemos podido hacer, como reporteros y fotógrafos, como periodistas de a pie al cabo, no alcanza para las circunstancias que enfrentamos. Acaso precisamente por nuestra falta de organización, por la debilidad de las pocas organizaciones que nos representan, por la falta de un trabajo continuo y constante, no tenemos fuerza de interlocución, nuestra voz no llega a donde debe y no contamos si quiera con canales. Hoy más que nunca nuestra debilidad está en evidencia. Así ha convenido, así lo hemos aceptado.
Pero a descargo nuestro hay que decir que esta condición de indefensión no es sólo responsabilidad de los periodistas, sino también de los medios, de la prensa en su conjunto. La gravedad de la circunstancias que enfrentan mucho medios medios en el país, soportando solos las amenazas, rindiéndose ante el crimen organizado y aun ante autoridades corruptas, evidencia también la debilidad de las empresas de comunicación. Ellas también están solas por cuenta propia, porque así lo han decidido al anteponer su interés empresarial y de poder, por encima de los intereses ciudadanos y de la responsabilidad social de las funciones que cumplen. Más que los periodistas, las empresas son blanco de descrédito y vituperio ciudadano. Imposible para ellas recurrir a los ciudadanos, como ha ocurrido en otros países, para enfrentar la amenaza del enemigo. A nadie, en realidad, le importa lo que sucede con la prensa. Si acaso a los involucrados. Pero no a las empresas, que siguen dejando pasar los episodios de violencia, las señalas de amenaza, sin plantar cara. Al final parece que esta cadena interminable de agresiones sigue viéndose como una secuencia de episodios aislados y no como un escenario que ya involucra a todos.
Yo, por lo pronto, me quedo con una sensación de aislamiento que nos alcanza a todos como periodistas, como prensa en conjunto. Y la pregunta sigue abierta: ¿Qué hacemos?
Desde Los Queremos Vivos habíamos lanzado la siguiente iniciativa que hoy más que nunca parece pertinente: ¿Cómo nos queremos vivos?
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