Por que nos queremos vivos... es necesario seguir. Por el derecho a saber y el derecho a informar... es obligado actuar.... Juntos. En un frente común de defensa por las libertades, las garantías y los derechos de todos. Allí la esencia, pero ¿hacia dónde el camino?
La pregunta ronda, mezclada entre la emoción, desde el final de la manifestación de periodistas más importante que ha visto este país. Multiplicada en ciudades y capitales donde los periodistas se despojaron de nombres propios, de marcas personales y de mitos que los condenan como gremio, la marcha silenciosa del pasado sábado 7 de agosto fue la carta de presentación de una nueva generación de periodistas, que nada tiene que ver con edades, experiencia o trayectoria, sino con compromiso. Con el periodismo primero y con los ciudadanos después. O viceversa. O al mismo tiempo. Porque uno no se entiende sin los otros. ¿Para qué esta profesión, este oficio, si no para abrir el espacio público a las preocupaciones colectivas, para indagar lo que se quiere oculto, para abatir silencios a fuerza de voces?
La urgencia hizo el milagro. A fuerza de muertos, desaparecidos, agredidos y amenazados, los periodistas se unieron. Juntos renunciaron a la palabra, que es su fuerza, para exigir cortarle el paso a la impunidad sobre los crímenes que acumula el gremio. Para advertir que el silencio acecha, peligroso, sobre su derecho a informar y el derecho de todos a saber. Caminamos, nos abrazamos, nos conmovimos juntos al tener en nuestras manos los nombre en lista de nuestros muertos, de nuestros desparecidos. Y gritamos: ¡Ni uno más! También nos aplaudimos por el triunfo, sólo nuestro, del valor compartido. Por nuestra pequeña victoria sobre la desconfianza y las reservas. Nos aplaudimos y aplaudimos a quienes nos acompañaron en la caminata, a quienes nos alentaron desde las banquetas y los autos. Triunfo compartido con los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil, que nos devolvieron la confianza y el orgullo por el oficio. Ya no más “prensa vendida”.
Pero las horas pasan y la emoción desvanece. No así el peligro para los periodistas ni la inseguridad en su tarea. Tampoco las muchas adversidades para el periodismo. Ya salimos, dimos la cara, nos prometimos juntos, mejores, más profesionales. Ahora habrá que cumplirlo.
Recién recuperado nuestro derecho a hablar, a manifestarnos y protestar, también necesitamos recuperar nuestra capacidad para proponer, para imaginarnos mejores prácticas, para hacernos de nuevas herramientas, de estrategias más efectivas que nos permitan llevar adelante nuestra labor, sortear la violencia y combatir el silencio, la impunidad, la corrupción. No hay que esperar que nos digan qué hacer. En solitario, en pequeños grupos, en organizaciones o redes, y hasta entre amigos, hemos compartido ideas, discutido posibilidades, soñado soluciones. Hace falta trasladarlas al papel. Reflexionarlas. Compilarlas. Trabajarlas. Compartirlas. Discutirlas. Y, por último, empujarlas allí donde debamos. Juntos.
La ignorancia, como la violencia, nos persigue. Como país y como gremio. La resignación y el conformismo nos atenazaban. La comodidad nos acotaba. Ya no puede ser así. Hemos comprometido la palabra ante los ojos ciudadanos para convertirnos en un gremio mejor, más unido, solidario, preocupado por su oficio y por los de su oficio.
Ahora hace falta construir los espacios de reunión, encontrar nuestros ámbitos naturales para actuar, para participar y construir. Comencemos entonces por pensar, por imaginar juntos el periodismo que queremos y las condiciones que merecemos.
Hay que empezar, entonces, por proponer para actuar. Porque de aquí en adelante, no podemos volver a ser los mismos.
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