Asesinaron a 72 migrantes. Los secuestraron, los retuvieron, intentaron extorsionarlos, los querían obligar a trabajar para el crimen organizado, se negaron, los maniataron, les cubrieron los ojos, ellos rogaron, lloraron... Y nadie pudo ayudarlos. Nadie se dio cuenta. Y sucedió en el territorio de un estado, en un país que se cree con "instituciones" y "autoridades", que destina miles de millones de pesos al año para sostener una "infraestrctura de Estado", incluidas fuerzas de seguridad. Al menos eso dicen... Pero a estas alturas quién, de veras, puede creer que tenemos un país de instituciones y la leyes... Yo no. Muchos menos cuando leo que al señor Calderón no se le ocurre nada mejor que atribuir la barbarie a los cárteles del narcotráfico. Como si no fuera trabajo suyo impedir, precisamente, la operación y actuación impune de esas bandas.
En la prensa, la matanza de esos 72 seres humanos comparte espacio en la primera plana con el despilfarro legislativo, con su frivolidad a prueba de realidad. Y por lo visto, así seguirán los diarios: dando cuenta de la violencia y la frivolidad, en partes iguales. Sangre y espectáculo, el discurso del miedo y la diversión.
No podemos más porque no tenemos con qué. Las herramientas del periodismo mexicano apenas alcanzan para reproducir declaraciones a la misma velocidad que contamos muertos y celebramos exiguos triunfos "nacionales" (como si una miss universo alcanzara para medir nuestra estatura de país). En México, el lugar común obliga adaptación: sangre y circo. Y en las gradas, la prensa aplaude y chifla. No puede más. No quiere más.
La estructura actual de los medios impide prácticamente cualquier posibilidad de investigación: cada vez hay menos reporteros en las redacciones y los pocos están obligados a multiplicarse en la multimedia, término harto rimbombante para describir la pobreza de oferta y recursos, pues no se trata más que de reproducir una misma nota en soportes distintos.
Condenados por la orden del día --y también el gusto propio a la comodidad-- los reporteros transitan sus días, uno igual a otro, en la cobertura de conferencias, a las que llegan sin más provisiones que una grabadora, listos para escupir después, siempre entrecomillada, la que será su nota del día, la que los periódicos publicarán bajo engaño de que es la información más importante de entre todo lo que pasa en el país y el mundo. Esa es la medida para los hechos del día, de ese tamaño la jerarquización.
Así, a las manos de editores condenados a la burocracia informativa, llegarán las "importantes declaraciones" del día, que ellos se encargarán de jerarquizar y vestir con lucidas infografías. Habrá que advertir que muchos de ellos no han sido reporteros, que algunos llegaron del salón de una universidad a la edición, y sin escalas. Habrá que acusar su falta de experiencia, su pobreza de lenguaje y cultura, su falta de lecturas y de imaginación periodística, la que exige un vuelo periodístico un poco más arriba que a ras de tierra. Son editores sin memoria, que se asumen jefes de información cuando su mirada alcanza apenas su nariz y la pantalla del breaking news. En manos de ellos están los hechos de cada día y a veces la seguridad de personas como el superviviente del asesinato colectivo en Tamaulipas.
Así, mientras cientos de reporteros y editores viven con la inteligencia clavada en una nuez, el país espera una prensa de investigación, periodistas que exijan cuentas a nombre de los ciudadanos. Allí nuestra responsabilidad frente a la violencia, que también tiene biografía. ¿Acaso no será necesario remontar atrás y revisar perfiles y trayectorias de gobiernos y gobernadores que pasaron por Tamaulipas? ¿A ojos de quién se incubó el huevo de la serpiente en un estado estratégico para la política energética y de comunicación marítima? ¿Quién ha sido responsable de lo que sucede en Tamaulipas y en otros tantos estados del país? ¿Por qué de mal vamos para peor? ¿Qué resultados entregan los responsables de este país del gasto millonario en seguridad, sacrificando otras necesidades? ¿Qué hay por delante?
Cercada ella misma por la violencia, la prensa no atina más que a salvar el día a día, evadiendo su propio juicio, su autoevaluación, posponiendo un cambio necesario y urgente.
Al habernos despojado de las más ambiciosa de las tareas periodísticas que es la investigación, la prensa es sólo la vitrina que exhibe desgracias, justificaciones y una que otra anécdota de paso.
Frente a ese espectáculo miserable y pobre, quién puede menos cerrar los ojos y pasar de largo.
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