miércoles, 1 de diciembre de 2010

Chismes diplomáticos antes de la era Wikileaks

El escándalo de las filtraciones de Wikileaks me ha sorprendido en medio de una feroz infección de garganta que me ha mantenido lejos de este blog. No obstante, lo primero que me vino a la cabeza al conocer los "documentos" de la política exterior de Estados Unidos fue la nota que hace casi 10 años publiqué en el diario La Jornada, durante mi estancia en Inglaterra.
Aquel país tiene una ley de transparencia que obliga a hacer públicos documentos clasificados, en un plazo de no más de 50 años y en aquel año de 2001 me tocó conocer y escribir sobre la desclasificación de algunos informes "secretos" que, por la distancia en el tiempo y todavía ajenos a la fuerza de la difusión on line (ahora miro que el reloj de internet corre a otra velocidad), no levantaban polvareda.
Esta información que hoy comparto con ustedes en simplemente anecdótica y no tiene más intención que mirar la tradición "chismosa" de la política exterior de países con espíritu intervencionista, en este caso Inglaterra. Comparto con ustedes esta nota:

Castro y Evita, los innombrables en la Inglaterra de la posguerra
Fobias y temores imperiales
Elia Baltazar
Londres, 26 de enero. Durante 50 años, la Oficina de Relaciones Exteriores de Inglaterra mantuvo en secreto el temor del gobierno ante la posible influencia de la figura de Fidel Castro entre los jóvenes ingleses y el desprecio que inspiró Evita Perón en el ánimo del embajador británico en Argentina durante la presidencia de Juan Domingo Perón.
Documentos oficiales dados a conocer recientemente aquí revelaron que en 1969 la oficina británica de Relaciones Exteriores bloqueó una entrevista periodística con el presidente cubano Fidel Castro, por considerar que podía alentar las revueltas estudiantiles en Gran Bretaña.
También se dio a conocer un reporte que en 1950 elaboró el entonces embajador británico en Argentina, John Balfour, en el que expresaba su desprecio por Evita Perón, a quien calificaba como una mujer "peligrosa", dados su poder y ambición.
Se trata, en ambos casos, de informes confidenciales contenidos en los archivos Whitehall, de la Oficina de Relaciones Exteriores, y que se dieron a conocer de acuerdo con la regla que obliga al gobierno de Inglaterra a hacerlos públicos en un plazo de no más de 50 años.
Fidel, el temible
Una interpretación política distinta de la prevaleciente entonces sobre "el peligro" que significaba para Occidente el régimen de Castro inspiró la propuesta del presidente de una empresa estatal de transporte, British Leyland, de llevar ante la televisión inglesa al presidente cubano, quien cumplía diez años en el poder.
Lord Stokes volvía a Londres después de una visita a La Habana, luego de la cual consideró que Castro había impulsado reformas que hacían prever cambios en su política, lo cual acrecentaba las expectativas de un acercamiento con Occidente, oportunidad que no había que desperdiciar, según su opinión. Así propuso la entrevista al periodista David Frost, a quien la idea entusiasmó.
Para el gobierno inglés, sin embargo, esta presentación pública significaba dos riesgos. El primero, que la entrevista resultara más agresiva de lo que convenía a las relaciones anglo-cubanas. Y el segundo y más probable para los ingleses, que Castro se hiciera de adeptos y alentara la inspiración revolucionaria de los jóvenes británicos.
Es un peligro, se apunta en el documento, que Frost ayude a alimentar la mitológica figura de Castro, en lugar de exhibirlo más apegado a la realidad.
Frost entonces fue advertido sobre el error que significaría seguir adelante con el proyecto, pues corría el riesgo de perder oportunidades de trabajo en Inglaterra y Estados Unidos. Si el periodista insistía, entonces había que prohibirla de plano. Pero no hubo necesidad, pues los interesados desistieron.

Evita: política de vodevil
Muy lejos estaba Eva Perón de inspirar al gobierno inglés de su tiempo una imagen como la que representó en los teatros londinenses Lloyd Webber, en su musical Evita, porque lo cierto es que en su momento sólo arrancó mordaces comentarios del entonces embajador británico en Argentina, John Balfour, según consta en una carta enviada en enero de 1950 al ministro de Relaciones Exteriores de su país, Ernest Bevin.
Pretensiosa, ambiciosa y peligrosa, consideraba el político inglés a Evita Perón, para quien incluso llegó a desear un larga enfermedad, pues nada mejor resultaría de ello, según escribió luego de que corrieran rumores acerca de que la primera dama argentina padecía apendicitis.
Atento a las buenas costumbres, el embajador británico despreciaba el pasado de Evita, quien nada sabía de un buen trato público hasta que comenzó su relación con Juan Domingo Perón, pues sólo conocía vida pública propia de una actriz menor o de una estrella de cine sin futuro, como ella lo había sido.
También la calificó como la encarnación de la adolescente latinoamericana. Y "como argentina que es", consideró entonces, es "vanagloriosa" e "irracionalmente infantil".
Balfour aseguraba que el éxito de esta "actriz de propaganda", como la llamaba, sólo duraría en tanto los boletos de la función se siguieran ofreciendo a precios populares. 

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